En estos artículos sobre diferentes jornadas de pesca, si has leído alguno, sabes que no tengo problema en dar ubicaciones exactas y esas cosas, pero en este caso no lo voy a hacer porque fui a una zona con un acceso no muy sencillo, acompañado de un pescador local que se lo conoce como la palma de la mano y que tras asegurarme en repetidas ocasiones que era la zona del río que más peces tenía, me pidió en igual número de ocasiones que no hablase con nadie de ese acceso al río, porque muy pocas veces se encontraba pescadores por allí y quería que así siguiese siendo.
El Tajo era otro de esos ríos con los que todos aquellos que desde niños hemos leído revistas de pesca siempre habíamos soñado con pescar. Al menos para los que son de mi generación, cinco o diez años arriba o abajo, existen una serie de lugares que con solo mencionar su nombre nos traen a la memoria muchos de nuestros anhelos o ilusiones de juventud: Vizcaínos, Peralejos, Aragosa, Garaño, Pino del Río, el Roncal...
Mi lista de sitios a pescar era muy larga y por suerte ya he ido tachando casi todo de la lista. Me quedaría pendiente algún sitio de Huesca o Catalunya, porque siempre me quedan lejos de todo, y alguno de Cantabria que nunca tuve suerte en lo del sorteo y nunca pude pescar, aunque si te digo la verdad no recuerdo cuando fue la última vez que me apunté al sorteo de cotos de Cantabria. En lo que va de este siglo no sé si me habré apuntado un año nada más.
El Tajo lo había tachado de mi lista hace ya tiempo. Creo que fue el primero de esos destinos de pesca famosos de los años 80 o 90 que pude quitar de la lista. Con un poco de retraso, pero quitado estaba. Y aunque alguno me matará por esto, la verdad es que no me dio mucho más. Lo dejé aparcado años hasta que por la insistencia de un pescador de la zona decidí que volvería para darle alguna otra oportunidad, en este caso de la mano de un pescador local.
Y tal como y como le dije a él ese mismo día, para mí está un poco sobrevalorado. Ya, ya sé que alguno me mataría ahora mismo con sus propias manos. Pero es lo que de verdad siento. El río es bonito en muchos tramos, eso es innegable. No es la configuración de río que más me gusta a mí, pero eso es cosa mía y de nadie más. Pero más allá de la belleza de algunos tramos, en lo que a la pesca se refiere, para mí fue un poco decepción. Tanto cuando fui por mi cuenta como cuando fui acompañado.
Siempre me habían calentado la cabeza con la dificultad de las truchas del Tajo y, qué quieres que te diga, son truchas como otras cualquiera. A poco que hagas las cosas medio bien, el pez sube y ya está. Truchas difíciles las tenías en el Miera o en el Bidasoa. Tampoco sé cómo estarán ahora, pero nunca olvidaré que fueron dos sitios en los que de verdad me sentí incapaz de engañar a un puto pez. En el Tajo eso no me ha pasado ni de lejos. Pez que veías medio puesto, pez que subía a por la mosca sin más. Como en cualquier otro río. Creo que en estas cosas de la dificultad todo depende siempre de cuál sea el punto de comparación. Comparado con otros ríos de Castilla La Mancha como el Dulce, el Gallo o el Sorbe pues claro que es más difícil de pescar. Pero si lo comparas con ríos de otras zonas, se queda en la media más o menos. Nada especial.
Soy consciente también de que cuando yo fui los mejores años de este río quedaban ya lejos. Y resalto esto porque muchas veces me he encontrado con sitios supuestamente difíciles y lo que sucede es que en realidad en muchos de esos tramos no queda un puto pez. A ver, un sitio difícil, con truchas difíciles, es uno de esos en los que te asomas al río desde un puente o un talud de la orilla o lo que sea y ves truchas por docenas, y luego cuando te metes ya al río a pescar pasan tres horas y no has conseguido que te suba ni una. Eso es un sitio difícil. Si de lo que hablamos es de tramos o ríos con una población truchera justita y que además están sometidas a una presión constante de pesca, no es que estemos ante truchas difíciles. Ante lo que estamos es ante truchas escasas y que además están muertas de miedo. Ya digo que yo no sé cómo era el Tajo en 1982. Tampoco sé cómo era en 2022 ni sabré como es en 2032 o en 2042 o el año que quieras, porque Castilla La Mancha me ha pedido como cliente, ya que desde que salió la licencia interautonómica tengo clarísimo que solo voy a pescar en comunidades autónomas que estén incluidas dentro de dicha licencia. Las que se mantengan al margen me han perdido como cliente potencial de pesca, alojamientos, gastronomía y demás, salvo que me surja algún compromiso ineludible al que no me pueda negar.
Así que aunque me duela decirlo, el Tajo para mí fue una decepción y eso que le di varias oportunidades, porque para opinar de un sitio conviene haber estado por allí en diferentes ocasiones y diferentes épocas. Pero vamos, que tampoco pasa nada. Hay más sitios que me han decepcionado como el Ucero o el mismo Bidasoa, unos por unos motivos y otros por otros. Solo faltaría que tuviese que gustarnos a todos lo mismo... Y hay otros en los que no tenía puesta ninguna esperanza y me encantaron.
Cuando damos con un sitio de pesca que nos gusta, lo mejor es disfrutarlo todo lo posible. Y más teniendo la suerte de que no a todos nos gusta lo mismo. Porque si a todos nos gustase ir a los mismos cuatro sitios, no durarían ahí las truchas ni media temporada. Entre las que se desplazarían tratando de huir de la presión de pesca y las que íbamos a matar por darles un trato no lo suficientemente cuidadoso, en un par de años no queda en dicho tramo ni un solo pez. Todos conocemos tramos que se pusieron de moda y que, a pesar de ser sin muerte, en dos o tres años la población de peces había bajado a la mitad o menos de la mitad. Luego se pasaron de moda y ahora, años después, algunos se han recuperado casi del todo y otros han permanecido prácticamente muertos.