Si me has leído de vez en cuando ya sabrás que una de las pescas que más me gusta es la que hacemos en los amaneceres de verano con los caenis.
Ríos cortos de agua, bajos larguísimos, terminales finos, moscas diminutas, peces resabiados, tramos de aguas lentas... Lo tiene todo para mí.
Y si por algo me gusta el Caudal es porque permite este tipo de pesca casi mejor que ningún otro río de los que pesco habitualmente, con excepción del Narcea, que también da mucho juego pescando así. No diría que más que el Caudal, pero sí los pondría a un mismo nivel. Con dos ventajas fundamentales a favor del Narcea: hay reos y el entorno es un poco más amable.
Así que los quince días que voy a Asturias cada verano, normalmente la última semana de julio y la primera de agosto, reservo dos o tres amaneceres para ir al Caudal y otros tantos para el Narcea. Como cuando estoy allí en esas fechas tengo siempre muchos compromisos familiares, suelo hacer un par de horas de pesca por la mañana, para estar de vuelta en casa hacia las 9:30 o 10:00 y un par de horas por la tarde, para empezar a pescar a eso de las 20:00 y salir del río hacia las 22:00. Así puedo pescar cuatro o cinco horas al día y aun así tener todo el día libre para la familia.
Hace unos años, en uno de esos amaneceres reservados al Caudal, tuve el último gran día de pesca de truchas que he tenido si juntamos cantidad y tamaño medio de las capturas. He tenido días de sacar más peces que ese día, también porque pesqué durante mayor número de horas, pero ninguno en el que más de la mitad de los peces que saqué estuviesen entre los 40 y los 50 centímetros.
A las 6:30 ya había aparcado y estaba saliendo del coche para echar un vistazo al río antes de cambiarme. Y aunque la única luz que había era la de las farolas, me bastó para ver que el amanecer de caenis que tenía en la cabeza iba a ser difícil de hacer realidad. Las lluvias de la tarde y noche anteriores habían hecho que el río, aunque no había subido apenas de nivel, bajase con el agua bastante turbia. No diría que llegase a chocolatada, pero sí era al menos café con leche bien cargado de café.
Dado ese primer vistazo y de vuelta al coche ya me quedó claro que la caña de seca mejor dejarla en el maletero y bajar con la de 10'2" que me sirviese un poco para todo. Así que una vez cambiado, puse en la caña el carrete de pescar al hilo y un par de ninfas. Un perdigón culirrojo y mi ninfa favorita para pescar con el río en esas condiciones, que básicamente es una ninfa de cola de faisán con brinca cobre, un tag de floss naranja, un falso hackle de cdc natural mezclado con ice dubbing color Pheasant Tail y una bola dorada.
Así que bajé por una de esas escalinatas metálicas tan habituales en Mieres que te hacen plantearte tu vocación de pescador y una vez en el río, subí avanzando pegado a la pared hasta llegar al primer oxigenador, ya que en esas circunstancias lo que mejor me había funcionado siempre era ir metiendo las ninfas lo más pegadas al oxigenador y que llegasen bien al fondo.
A los pocos lances entró el primer pez y ya me dió para pensar que a lo mejor el día se daba bien, porque era una trucha maja de 35-40 centímetros que dio muy buena pelea hasta que llegó a la sacadera. Sin mover los pies del sitio, esperé otro rato antes de volver a lanzar y otra trucha de tamaño similar a la anterior, aunque algo más gorda.
Un oxigenador de estos de la parte de abajo en Mieres tiene unos 40 metros de orilla a orilla, más o menos. Para pescar esos 40 metros estuve en el río unas dos horas y media, desde que empecé en una orilla y llegué a la otra. Y ya digo que la cantidad de peces no fue nada exagerado. Estuvo bien sin más. A la sacadera llegarían unas quince truchas y algunas que se me soltaron. Lo sorprendente para mí fue que el tamaño medio estuvo más o menos en el de las dos primeras, con un par algo más grandes, rondando los 50, y otro par un poco más pequeñas. Pero todo lo demás rondando los 40, que igual era habitual por allí hace veinte años, pero no es nada habitual últimamente (o al menos no es habitual para mí, que voy tres veces al año).
Si hubiese podido quedarme hasta la hora de comer y pescar otros dos o tres oxigenadores de orilla a orilla no tengo duda de que habría sido uno de los mejores días de pesca de mi vida. Suponiendo que en los otros oxigenadores se diese la cosa parecida, que igual es mucho suponer.