Yo soy pescador a mosca porque siendo un niño y estando de camping en Carrizo con mis padres y los vecinos de toda la vida de Gijón, vi allí mismo a un francés pescando a mosca y desde el primer momento sentí que aquello quería hacerlo yo.
Y más todavía porque a aquel buen hombre no se le ocurrió otra cosa que acercarse a la orilla cuando me vio que llevaba un buen rato mirándole y empezó a enseñarme unas moscas que me dejaron absolutamente fascinado.
Cuando algo se te mete en la cabeza desde que tienes seis o siete años, y pasando el tiempo sigue ahí, es muy difícil ya de que se olvide.
Desde aquella primera vez en la que vi a alguien pescando a mosca en el río Órbigo hasta que pude ir a pescar ese mismo tramo con cierto conocimiento de causa, pasaron un montón de años. Los que van desde la EGB hasta la Universidad, básicamente.
Y fui a Carrizo unas cuantas veces. Para los que siempre han tenido ríos trucheros a una buena kilometrada, quizás no les parezca tanto ir de Gijón a Carrizo y volver en el día, pero para los que siempre tuvimos ríos trucheros a media hora de casa, o atravesando los prados en los que jugabas desde niño como me pasaba cuando estaba en el pueblo, pues salir para Carrizo a las seis de la mañana y estar de vuelta a la una de la madrugada, era una pequeña locura que me concedía dos o tres veces por año.
Porque siempre me gustó más pescar por la mañana y al atardecer que en ningún otro momento, así que me metía el madrugón, pescaba hasta el mediodía, comía como si no hubiese un mañana y echaba una siesta interminable para pescar después toda la tarde y quedarme hasta que empezaba a hacerse de noche. Y siempre iba a finales de mayo o principios de septiembre. Junio, julio y agosto siempre fueron para los reos.
Podría contar un montón de cosas, pero me voy a quedar con un día de mayo porque siempre prefiero quedarme con jornadas que por el éxito o el fracaso han supuesto algún tipo de aprendizaje. Y en esta en concreto, hubo a partes iguales éxito y fracaso.
El año anterior había tenido allí una jornada de pesca con un amigo leonés y dos amigos navarros. Aquel día no me podía quedar hasta el sereno porque tenía que estar de vuelta en Asturias no muy tarde, así que a eso de las siete de la tarde yo me fui. Durante esa jornada, tres de nosotros habíamos estado pescando al agua a seca y a ninfa y habíamos ido sacando peces aquí y allá, pero uno de los navarros se había pasado el día entero recechando dos truchas enormes a ninfa a pez visto sin gran éxito, mientras yo estuve allí, pero cuando ya me había ido tuvo la pericia de por fin conseguir engañar a una de esas truchas, de las de 60 centímetros, y ya de vuelta en Navarra me mandó por email la foto de la trucha y eso me hizo pensar que muchas veces la paciencia y la perseverancia tienen premio, y que si pescando a ninfa a pez visto los premios podían ser de ese porte, quizás merecía la pena dedicarle el tiempo necesario.
Así que el primer día que pude ir al año siguiente tenía muy claro que iba a ir a pescar la misma tabla a la que él había dedicado todo el día y que lo haría igual que le había visto hacer a él.
Monté unas cuantas ninfas que me parecieron adecuadas para intentarlo de ese modo, en variados pesos y tamaños, y una vez puesto el disfraz de mosquero me dediqué primero a recorrer las orillas buscando la presa adecuada. Una vez localizada una zona concreta con alguna trucha de buen porte comiendo esporádicamente a medias aguas, me metí tranquilamente al río dejando una distancia prudencial de seguridad y me fui posicionando lentamente para tratar de no espantarlas o, en caso de hacerlo, estar en la posición adecuada para esperar a que regresasen a su postura.
Sucedió la segunda opción, que me tocó esperar bien quieto a que volviesen a posicionarse. Tampoco me era nada ajeno, puesto que con los reos me pasaba esto infinidad de veces. Se volvían desconfiados o se espantaban al meterme al río, pero después de estar una hora quieto en el sitio, los volvía a tener alimentándose a pocos metros de mi posición.
Ahí tienes que hacer todo a cámara híper lenta. Cualquier movimiento brusco que delate tu presencia echa por tierra cualquier opción que tengas de poder presentarles tu mosca, así que eso lo tenía entrenado.
Lo que lo tenía nada entrenado era lo de pescar a ninfa a pez visto, así que me pasé un buen rato lanzando y tratando de interpretar los movimientos del pez para suponer cuando estaba tomando mi ninfa y clavar en ese momento. En todos estos intentos el fracaso fue rotundo a pesar de múltiples cambios de ninfa e intentos de todo tipo, así que decidí probar de otra manera y puse una ninfa bien visible, una pupa de tricóptero en color crema, y decidí que lo que iba a hacer era observar la ninfa y si en algún momento dejaba de verla, clavar.
De este modo, las horas de fracaso anteriores se convirtieron en un éxito limitado, ya que conseguí una captura, si bien no era en absoluto uno de los peces que pretendía capturar. Pero por algo se empieza.
Fui probando de este modo en distintos puntos de las dos tablas a las que estaba dedicando el día y llegué a ese punto en el que piensas que ya le has cogido el tranquillo, porque además de la captura inicial has ido consiguiendo alguna captura más aquí y allá. Así que cuando crees que ya más o menos te defiendes, una vez has cambiado el sistema, decides que vas a volver a por las grandes.
Ya ha pasado buena parte del día pero todavía quedan horas de luz y esta vez no tienes prisa por volver a casa, así que toca otra vez tirar de sigilo y paciencia hasta que una trucha de las que habías ido a buscar se pone a tiro. Lanzas con toda la discreción y suavidad de la que eres capaz para que la ninfa entre al agua unos dos metros por encima de la posición del pez y que así llegué a su altura a la profundidad adecuada y de repente dejas de ver la ninfa. Y clavas.
Y el agua explota de repente y toda la calma que habías ido trabajando durante toda la jornada de convierte en una mezcla de nervios, ilusión y satisfacción que salta en pedazos cuando tú terminal queda hecho añicos y el pez que habías clavado no te ha dado ni diez segundos de pelea antes de partir el fluorocarbono igual de fácil que tú o yo podríamos romper en dos mitades una hoja de papel.
Lo bueno de estos días, aunque te vuelvas a casa con más sensación de fracaso que de éxito, es que te han servido para aprender algo. Y todo aprendizaje se puede poner en práctica más adelante, así que nunca está del todo mal asumir los fracasos sabiendo que en el futuro podrás sacar partido a lo aprendido.
Seguramente habrá algún pescador al que todo le salga siempre bien a la primera, pero para la mayoría, no nos queda otra que ir cagada tras cagada hasta que después de muchas grandes cagadas, conseguimos algún pequeño éxito.
Yo siempre pienso que si la pesca no fuese así, no nos gustaría ni la décima parte de lo que nos gusta.