Creo que fue hace como 19 o 20 años cuando me invitaron los amigos de Anapam a asistir como invitado a sus jornadas anuales para hablar sobre unos materiales de montaje de moscas que en aquel momento casi nadie usaba en España. La primera sensación que tuve fue de agradecimiento cuando me hicieron llegar la invitación. Y la segunda fue de estar totalmente fuera de lugar, porque los invitados los años anteriores habían sido Rafael del Pozo y Paul Arden, si no recuerdo mal.
Obviamente entre un mequetrefe veinteañero y dos monstruos de la pesca con mosca mediaba una distancia tan enorme en cuanto a experiencia, conocimientos y todo eso, que me acuerdo que me pasé algunos días pensando en renunciar.
Si finalmente acepté fue porque los dos temas principales que tenía que tratar eran las patas de liebre ártica y las lanitas de LaFontaine, que llevaba unas pocas temporadas utilizando y que, como digo, no existía apenas conocimiento de dichos materiales entre los pescadores españoles, así que eso fue lo único que me dió un poco de seguridad. Bueno, eso y también saber que las moscas que les iba a enseñar pescaban de cojones, que eso siempre te da tranquilidad. Porque no es solo que los anteriores invitados me diesen mil vueltas, es que también la mayoría de los que iban a asistir a dichas jornadas me daban mil vueltas en experiencia y conocimientos.
El caso es que el fin de semana estaba más o menos programado. Llegaríamos desde Asturias el viernes a mediodía, esa tarde iríamos a pescar el Urrobi, noche en Pamplona, y al día siguiente pesca en el Irati y luego sesión de montaje de moscas.
La cosa no empezó del todo bien porque aunque en el Urrobi la pesca se dio aceptablemente, cuando me iba a cambiar rompí la puntera de la caña de 9' línea 4 contra el portón trasero de la furgoneta, así que para el día siguiente solo tenía disponible una caña de 11' línea 4. Una Admira. Iba a tocar pescar a ninfa, porque por mucho que digan, a mí lo de las cañas de más de 10' para pescar a seca ya no me convencía ni desde el principio.
El caso es que al día siguiente, ya en el Irati, el amigo que me hacía de guía me dijo que íbamos a bajar por la senda que va paralela al río hasta una zona que tenía los mejores peces. Nos tiramos como una hora o algo más caminando río abajo antes de empezar a pescar y, cuando empezamos, que estuvimos pescando como unas tres horas, libramos el bolo de milagro. Yo me acuerdo que saqué a ninfa una truchita diminuta y él sacó un par de truchas majas, pero vamos, muchísimo peor que el día antes en el Urrobi, y eso que en el Urrobi tampoco había sido nada del otro mundo.
Al final se nos fue el santo al cielo y cuando nos dimos cuenta de la hora y de que íbamos a llegar tarde a la comida y posterior sesión de montaje casi salimos del río monte a través y volvimos hasta el coche en plan carrera continua, y ya nos estaban esperando algunos de los asistentes con cierto grado de alarma, sin saber dónde cojones nos habíamos metido. Claro, no había smartphones ni ninguna cosa de esas que tenemos ahora para que nos esclavicen a cada minuto que pase, así que si estabas esperando por alguien no te quedaba otra que esperar o decidir marcharte sin esperar más.
La comida fue bien, salvo por los pimientos rellenos, que los detesto, y una vez terminada la comida llegó el momento de sacar torno y materiales. Me he acordado muchas veces de aquel momento años después porque lo ideal habría sido que hubiese podido participar de aquellas jornadas sabiendo lo que sé ahora, y no lo que sabía entonces. Sí, es cierto que allí de liebre ártica y de lanitas de LaFontaine nadie sabía más que yo, pero es que ahora mismo sé muchísimo más de lo que sabía entonces. Me imagino que a las personas que dan habitualmente charlas, que son ponentes en reuniones o congresos de cualquier tipo y todo eso les pasa siempre lo mismo, que miran sus intervenciones del pasado con una sensación extraña, siempre pensando que si hubiesen sabido entonces lo que saben ahora todo aquello habría sido de mayor provecho para los asistentes.
Lo que no se me olvidará nunca fue un detalle en particular.
Empecé montando la Usual con la liebre ártica y las emergentes de LaFontaine tal cual son con la receta original, y luego ya me puse a montar con los dos materiales cosas más estrambóticas que se salían un poco de lo habitual. Y entre las otras moscas que fui montando había una que casi no se debería llamar ni mosca, porque básicamente era hilo de montaje negro en un anzuelo curvo del 24 o 26 y un pequeño pompón de pata de liebre ártica blanca o naranja en el medio del anzuelo. Básicamente ese pompón hacía de señalizador y servía para mantener el cuerpo en hilo negro sumergido justo bajo la película superficial.
Como ya me temía este montaje en concreto fue el que menos interés suscitó a la mayoría de los asistentes, si bien hubo dos excepciones, ya que el terminar se me acercaron dos de los asistentes para preguntarme específicamente por esa "mosca", y uno de ellos dijo tal cual que le parecía una genialidad. Así que estuvimos hablando sobre la forma de utilizarla, tamaños, variantes y demás, y ahí quedó la cosa.
Tiempo después, una de estas dos personas, me envió a través de Conmosca un mensaje en el que me decía que había estado utilizando ese montaje casi sin parar desde aquel día y que le había dado una de las truchas más grandes de su vida, pescando en el río Bidasoa.
Son estas anécdotas y vivencias las que poco a poco te van haciendo darte cuenta de que muchas veces utilizamos moscas que están pensadas casi exclusivamente para convencer al pescador de que son una buena mosca y que así, las utilice. Pero la verdad es que hay por ahí un montón de buenas moscas que están pensando exclusivamente para convencer al pez y que a la mayoría de los pescadores ni se les pasaría por la cabeza atarlas a su terminal, así que mola mucho cuando te encuentras con alguien que entiende alguna cosa de manera exactamente igual a como tú la entendías y que también a él le ha dado magníficos resultados.
No sé los años que hace que no utilizo esa mosca, pero ahora que estoy escribiendo esto, en cuanto termine las cuatro líneas me que faltan, me pienso ir al torno a hacer una docenita y meterlas en la caja ya mismo para que así el año que viene sea otra vez una de las moscas que voy a utilizar. Ahora que por fin hay anzuelos curvos sin muerte en tamaños diminutos y con un tamaño de anilla decente, habrá que volver a ponerla en circulación.