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Un día en el Navia

17 de diciembre de 2024
De pequeño escuché unas cuantas veces decir que el Navia podría haber sido el mejor río salmonero de Europa. Alguno incluso decía que lo fue.

Claro, esto se lo escuchaba decir a personas que ya tenían 80 años hace décadas, y seguramente ellos lo habrían escuchado de sus mayores, porque el embalse de Doiras se construyó en los años 30 y el de Grandas en los años 50, si no me equivoco. Y el que definitivamente mató el río como río salmonero fue el de Arbón, que quedó operativo a finales de los años 60 o principios de los 70.

Y digo que mató el río desde el punto de vista del salmón, porque truchas, cuando yo lo pescaba, tenía muchas. Y en algunos sitios muy gordas. Entre el embalse de Doiras y el de Grandas saqué una de las mayores truchas que he pescado, si no la mayor. A spinning, eso sí, que no tiene en esa zona unas orillas muy agradecidas para pescarlo a mosca, y yo soy de esos pescadores que no están aferrados a una única técnica de pesca, sino de aquellos que utilizan la técnica que mejor se adapta al escenario.

Y hoy quería hablar del coto que había por debajo de la presa de Arbón.

Lo primero de todo: no vayáis a pescar ahí. No hay ningún otro lugar de pesca en España que yo conozca en el que te juegues tanto la vida como ahí. Estás a los pies de la presa, que no avisa cuando empieza a soltar agua a lo loco y el cambio de nivel a veces era de tres o cuatro metros.

Yo creo que fui tres veces y en ninguna de esas veces me alejé más de 30 metros del punto por el que entraba y por el que tenía que salir en caso de que abriesen la presa. Nunca la abrieron estando de pesca allí, pero si me pasó una vez de llegar y no poder pescar porque estaban echando agua, y ya digo que la diferencia era de unos tres metros de agua o más. Por no hablar de la fuerza que llevaba.

Los que lo cogían para pescar salmón, lo pescaban desde fuera del río por su margen derecha, pero si lo que querías era ir a pescar truchas y reos a mosca lo más conveniente era acceder por un camino empinadísimo que bajaba hasta la orilla del río por la margen izquierda. Si tenías un todoterreno podías bajar con él hasta el río y aparcar allí mismo, pero si tenías un Ibiza te tocaba aparcar en la carretera y bajar andando, que no era para tanto, pero la subida al terminar era demoledora.

El caso es que uno de esos pocos días en los que pesqué allí pude asistir al momento de mayor actividad frenética que he visto nunca en ningún río que haya pescado. Fue asomar al río y ver un mar de cebas absoluto por todas partes. Una cosa de locos.

Solo pescando las dos tablas que estaban justo por debajo y justo por encima del punto de entrada, y solo pegado a la margen izquierda, sin alejarme de la orilla más de diez metros, era sacar un pez tras otro, y algunos de buen tamaño.

Pero sabiendo en lo que se podía convertir aquello si la presa empezaba a soltar agua fue imposible disfrutar de una sola de las capturas y ahí fue cuando decidí que hay lugares a los que no merece la pena ir a pescar, porque si tienes que estar cien por cien alerta para no estar en peligro, creo que no hay un solo pez en el mundo que merezca eso. El Trubia es otro río al que dejé de ir a pescar hace un millón de años porque en muchos sitios era un canal que si había desembalse se convertía en una ratonera de la que no ibas a poder salir.

Así que viendo lo que vi aquel día en el Navia, y sabiendo lo que sabía porque se lo había oído contar a mis mayores, algunos de la generación de mi abuelo o de mi bisabuelo, no soy capaz de imaginar lo que pudo haber sido ese río antes de que lo jodiesen a base de embalses. Me imagino que será una sensación parecida a la que sienten los que pescaron en Riaño antes de que construyesen el embalse. Solo que en el Navia también había salmones y reos.

Ya vamos tarde para todo, porque yo el salmón en España lo doy ya por extinguido hace años, pero durante cierto tiempo una de las cosas que más deseaba en relación con la pesca fue que hiciesen algo en el Navia para que volviese a ser una centésima parte de lo que fue. Por mucho que hiciesen ahora ya no valdría de nada seguramente, pero no por ello quiero dejar pasar la ocasión para hacer la reclamación más justa en relación con la pesca y el medio ambiente de todas las que he conocido:

¡Arbón Demolición! 
21 de diciembre de 2024
El Purón es uno de esos pequeños ríos costeros asturianos con las truchas más hijas de puta que te puedes encontrar. A ver, depende del momento. Hijas de puta son de normal. Si vas en pleno verano con el río cortísimo de agua, un agua que es en algunos tramos completamente cristalina y en donde te puedes encontrar con palmo y medio de profundidad y que posas la mosca en un sitio y medio minuto después se ha movido diez centímetros, pues te puedes imaginar. Ahí quería ver yo a los que pescan siempre con el 0.18 de terminal. Que posas un bajo de siete metros terminado en un 0.10 y ya escapan escopetados todos los peces de la tabla. Es de esos sitios a los que vas una vez por conocerlo y ver qué tal es aquello, y lo más seguro es que no vuelvas más. Porque total... ¿Para qué? Pues esta fue mi única vez en el Purón. Me fui para allá un día por la mañana pensando en pescar al amanecer a ver cómo se daba la cosa. No tenía demasiadas referencias porque solo conozco a un par de personas que hayan pescado allí, y como me gusta ir a los sitios a descubrirlos por mí mismo y evito pedir cualquier referencia siempre que sea posible, pues aparqué donde me pareció y me puse a pescar donde buenamente pude. Y entiéndase por pescar únicamente la parte de ir lanzando y posando la mosca aquí y allá. Porque en unas tres horas de pesca el resultado fue cero peces. Y se veían truchas. No es aquello de que no pescas nada porque no quedan allí ni cuatro peces. En aquella época tenía truchas. Nada espectacular, pero las había. Empecé con lo de siempre para estos sitios: línea 2, bajo interminable, terminal fino y moscas diminutas. Pasó todo el catálogo: caenis, F-Fly, efémeras del 24 en toda la gama de colores, hormigas, plecópteros, tricodípteros que dicen algunos, dípteros, microninfas... De todo. El resultado fue el mismo: nada de nada. Así que a partir de ahí ya empiezas con los experimentos y les plantas delante de los morros un streamer, una chernobyl en el 10, un pardón, que con los pardones nunca se sabe y lo mismo da que sea pleno verano, moscas del 12... Todo lo que se te ocurre. Y el resultado sigue siendo el mismo: nada de nada. En estos sitios a los que vas una sola vez nunca sabes si era cosa de ese día en concreto o si es la tónica habitual. A muchos otros ríos he vuelto más veces para hacer la doble verificación, no vaya a ser que fuese cosa de aquel día en concreto, pero en este en concreto, al menos en la zona que estuve pescando, me sentí tan incapaz de conseguir sacar allí aquel día un solo pez, que se me quitaron las ganas de volver para siempre. Mira como sería la cosa que de allí me fui al Cares esa misma mañana y hacia el mediodía saqué un par de reos que me dieron las fuerzas suficientes para volver medio contento a casa. Algún día volveré al Purón. Aunque si no tenía referencias de aquella, no te quiero contar ahora, que no tengo ni la más remota idea de cómo podrá estar aquello de peces. Pero las cuentas pendientes hay que intentar saldarlas, y cuando me retire definitivamente de esta cosa de la pesca con mosca, me gustaría que no se me quede en el listado de sitios en los que he pescado, ningún río en el que no haya conseguido nunca sacar un pez. Y en ese listado está el Purón.
20 de diciembre de 2024
Durante unos cuantos años, mientras era estudiante, aprovechaba el mes de julio y el mes de agosto para quedar casi cada día con pescadores que venían de fuera a pasar unos días pescando reos en Asturias. Quedaba con amigos y conocidos del País Vasco, de Navarra, de Madrid, de Palencia, de León, de Galicia... Incluso con algunos de Estados Unidos, Francia, Irlanda, Inglaterra, Austria o Italia que ahora mismo recuerde. Incluso en aquellos años, que había muchos más que ahora, la pesca del reo siempre ha sido una pesca que puede resultar muy desagradecida. En la mayoría de las salidas de pesca lo normal era llevar a la mano uno, o ninguno. Sí, siempre había días o momentos concretos en los que se daba la cosa bien. Incluso algún día espectacular. Pero lo normal era que el riesgo del bolo estuviese sobrevolando siempre alrededor. Porque clavar dos o tres reos siempre entraba dentro de lo razonable, pero llevarlos a la sacadera para volver a liberarlos, era otra cosa muy distinta. Yo he tenido días de clavar siete u ocho reos y no sacar ninguno. Que todos se me soltasen o me partiesen el terminal. Y no tiene nada que ver con el equipo utilizado. Me partían y se me soltaban los mismos o más peces cuando los pescaba con cañas de 9' para línea 4 o 5 y terminales del 0.14 o 0.16 que cuando los he pescado con cañas de 9'6" línea 2 y terminales del 0.11. Los equipos han evolucionado mucho en los últimos treinta años, y para no perder peces, una SX de 9'6" línea 2 o una World Cup de 9'6" línea 2/3 con terminales de fluorocarbono actuales son herramientas mucho más eficientes que una Horizon de 9' línea 5 o una XP de 9' línea 4 con los terminales de la época. El caso es que en una de esas jornadas en las que se acercaba algún visitante y me acercaba al río a pescar un rato con ellos, para no complicarnos la vida, quedamos en el sin muerte de Arriondas, que no era lo mejor del río, pero sí de lo más cómodo para poder explicarle a alguien donde aparcar junto al río cuando no existía la opción de compartir la ubicación vía WhatsApp. Nos fuimos preparando a media tarde para cuando fuese terminando el desfile de canoas, kayaks y demás artefactos flotantes, y en cuanto se acercó el reloj a las siete de la tarde, nos fuimos metiendo al río. No había gran actividad en ese momento pero pescando a seca algún pez se fue moviendo y así fue pasando la tarde hasta que cuando estaba empezando a anochecer se empezaron a oír ya de lejos cebadas de algún reo escandaloso, y también a ver cebadas de esos que comen de forma mucho más sutil sin apenas armar alboroto y que, normalmente, suelen ser los peces de mayor tamaño. El caso es que la luz ya escaseaba, las cenas aumentaban y a nosotros no nos subía a la mosca ni un solo pez. Estábamos tres pescadores, pescando con distintas moscas, a unos quince o veinte metros unos de otros y nada. Ni un pez. Cuando te comes un bolazo en un sereno de reos porque llegas y resulta que al final no se mueve nada, pues te aguantas y punto. Pero cuando se ven peces cebándose todo el rato y los que estábamos allí, que más o menos sabíamos pescar, no conseguimos que nos suba nada, pues es raro. Aunque sea un solo pez por equivocación, ¿no? El caso es que yo en aquella época, cuando ya no veía la mosca, ponía siempre una Deep Sparkle Pupa, porque así todo era lanzar y recoger. Y con esa mosca sí que tuve dos toques de dos peces diferentes aunque ninguno se llegó a clavar. Así que salimos del río comentando la jugada y llegando a la conclusión de que estaban comiendo justo debajo de la superficie. Ya sabes, sesudas reflexiones del mosquero corriente cuando sale del río después de que le haya ido regular o mal. Pero al llegar a donde estaban aparcados los coches, que ya había luz gracias a un par de farolas, vimos que todos teníamos una especie de verdín pegado a los vadeadores, así que nos acercamos al río con la linterna y vimos que bajaba una especie de vegetación verde oscura que cubría toda la superficie del agua. O sea que sí, estaban comiendo justo bajo la superficie, pero no por selectividad, sino porque en la superficie bajaba flotando aquella cosa verde que ninguno fuimos capaces de adivinar a qué obedecía. Nunca me había pasado eso y nunca me ha vuelto a pasar, aunque comentándolo luego con un supuesto conocedor del río, me dijo que a veces allí había pequeñas variaciones de nivel, de unos pocos centímetros, y muy de Pascuas en Ramos, pero que cuando pasaba solía arrastrar vegetación y suciedad. No tengo ni idea de si es verdad esto último, pero lo que sí sé es que aquel atardecer, si nos hubiésemos molestado en fijarnos bien, en lugar de lanzar y lanzar a todo lo que se movía, a lo mejor nuestras posibilidades de haber capturado algún pez habrían sido mayores.
19 de diciembre de 2024
El Río de San Isidro es un afluente del río Aller que discurre en buena parte junto a la carretera, a medida que sigues ascendiendo el puerto camino de la cima y la frontera con León. Se une al Aller en Collanzo, y la unión de ambos ríos marca más o menos el límite superior del famoso, en sus años, coto del Aller, y unos kilómetros aguas arriba, en Los Llanos, está el límite inferior del coto de San Isidro. Los primeros ciento cincuenta o doscientos metros son comodísimos para pescar a mosca y a partir de ahí el río discurre siempre entre vegetación, en algún caso muy cerrada, que hace que en algunas zonas no se pueda ni lanzar, y tengas que ir dejando alguna pequeña parte sin pescar y esas cosas. O al menos así era hasta la última vez que fui, que ahora a saber cómo estará aquello. Igual les ha dado por podar todos los arboles y arbustos, canalizar una parte o cualquier cosa. Ya se sabe que en los ríos asturianos te puedes encontrar cualquier cosa de un año para otro. Entre la afición de sus gobiernos por meter las excavadoras en medio del río y esas ideas peregrinas que circulan entre muchos pescadores, que lo mismo te dicen que no hay truchas porque con la maleza no da el sol en el río o lo contrario o alguna cosa así, pues lo mismo paso por allí y resulta que lo que era río ahora es un canal. Espero que no. Pero aunque haga muchos años de la última vez que fui, voy a hablar de la primera vez que fui a pescarlo a mosca. Yo de aquella pescaba fundamentalmente en ríos pequeños y muy pequeños de media y alta montaña, como ya he comentado alguna vez, y ese tipo de pesca se me daba relativamente bien. Pescaba el 80% del tiempo a seca, un 10% a ninfa y otro 10% en tándem. Los streamers eran solamente por si había riada. Así que aquella primera vez aparqué casi justo al lado del puente que marca el límite inferior, entré a tomar algo a un bar en el que paraba desde niño cuando salía con mis padres para ir de monte, que era casi todos los fines de semana desde primavera hasta otoño, y luego ya me cambié y me puse a pescar. O mejor dicho: "a pescar". Porque claro, lo de pescar se supone que implica el engaño y la captura de algún pez. Y yo para la primera parte, la del engaño, no tuve mayor problema. En esos doscientos primeros metros de coto, donde había terreno despejado, me debió subir a por la mosca docena y media de truchas. No clavé ni una. Pero ni rozarlas. Así que lo del engaño, bien. Pero lo de la captura, fatal. Son las truchas más endiabladamente rápidas a las que jamás me he enfrentado. Lo peor de todo es que justo en esa parte había varias pequeñas tablas con el agua ultra clara que permitía ver a la perfección como salía un pequeño misil pegado al fondo en dirección a la superficie, y volvía a la misma velocidad otra vez hacia el fondo sin que ni siquiera me diese tiempo a intentar levantar la caña. Y esto me pasó con 19 o 20 años, que tenía reflejos, estaba ágil y veía de la ostia. Si voy hoy y me pasa lo mismo a lo mejor salgo de allí pensando que no hay ni un pez, porque seguramente ni las vería. Así que pasados esos primeros doscientos metros ya había asumido que ese día iba a ser bolo, porque si esa era la velocidad a la que todos los peces allí subían a por la mosca, como no se clavase alguna sola, yo no tenía nada claro que fuese a ser capaz. El caso es que cuando me metí entre la maleza no sé si fue porque esa zona casi nadie la pescaba a mosca o porque ya se parecía más a lo que yo estaba acostumbrado a pescar, fui consiguiendo sacar alguna truchita aquí y allá que me sirvieron de acicate para volver algunas cuantas veces más al coto de San Isidro. No es un sitio que haya pescado muchas veces. Diría que no más de cinco o seis. Durante algunos años iba una vez por temporada. Y todas las veces fue lo mismo. Truchas rapidísimas que en muchos casos eran dificilísimas de clavar. Y la última vez que fui ya estaba en la efervescencia de la pesca al hilo, los perdigones y demás, que hicieron que un sitio en el que me costaba Dios y ayuda clavar un pez, se volviese un lugar aburrido por la facilidad con la que se sacaban peces allí pescando al hilo. Para 2025 me estoy haciendo un listado de lugares a los que hace mucho tiempo que no voy, casi todo en ríos de este tipo, muy pequeños y en plena montaña, y a los que quiero volver. San Isidro está entre ellos. Si fuese de los que van a pescar con la GoPro en el pecho seguro que daba el vídeo para unas cuantas visualizaciones viendo como van subiendo peces a por la mosca y como el pescador, en este caso yo, no clava ni una.
18 de diciembre de 2024
Con el cambio de siglo se pusieron en Asturias tres cosas de moda: los cachopos, los paseos del colesterol y los cotos sin muerte en tramos urbanos. Lo del cachopo no sé muy bien a qué obedece. Yo me acuerdo de oírlo en casa y comer alguno ya siendo niño, así que los que dicen que es un invento de hace cuatro días pues creo que se equivocan un poco, si bien tampoco entiendo la efervescencia que se generó de repente alrededor de una milanesa rellena. Lo de los paseos del colesterol, para el que no sepa a qué me refiero, que se fije en cualquier pueblo asturiano por el que discurra un río y verá como en una de las orillas, o en las dos, se hizo en su día un paseo para que los jubilados y los runners pudiesen ir a gastar zapatilla. Lo de los cotos urbanos fue una efervescencia similar a la del cachopo. ¡Si hasta hicieron uno en mi pueblo! Uno de los que más me gustaba estaba en Luarca. No era el que tenía más truchas, ni las más grandes, aunque alguna buena había, pero no sé por qué era el que más me gustaba ir a pescar. Bueno, en realidad creo que sí sé por qué. Era un río ideal para ver los peces y poder pescar a ninfa a pez visto. En otros ríos con una tipología diferente no se me daba demasiado bien, pero en este río en concreto pescaba así de forma preferente. Casi me gustaba más pescarlo así que a seca. Y hay veces que recuerdas jornadas de pesca y hay veces que recuerdas un único pez por lo especial que fue esa captura. De este río recuerdo especialmente un pez, una ninfa y el material con el que estaba hecha. No sé por qué me dió un día por pescar allí con gammarus y me funcionaron de la leche, así que desde entonces siempre lo pescaba con una imitación de gammarus montada en anzuelo curvo con ice dubbing de Hareline en color tan en la parte trasera y delantera y color shrimp pink en el medio. No me acuerdo bien como era aquello de que los gammarus se volvían rosados o anaranjados por la acción de unos parásitos o algo así. El caso es que siempre funcionaban bien con ese dubbing rosa de ice dubbing de Hareline, ya fuese haciéndolos completamente con ese material o poniendo un poco hacia la mitad del cuerpo. Y volviendo a la trucha, era uno de esos peces que ves comiendo pegados al fondo y que les pasas la mosca por delante dos docenas de veces y no hace ni caso, así que vuelves a probar una y otra vez lanzando aguas arriba, lanzando desde un lado, desde el otro, aguas abajo... Cambiando el grosor del terminal, alargando el bajo, acortándolo... De todo. Y de repente, en uno de los lances cuando el pez ya te ha aburrido a tí en lugar de haber aburrido tú al pez, abre la boca, clavas y pez a la sacadera. ¡Y no tienes ni puta idea de por qué! Piensas que lo has hecho todo igual todas las veces, pero está claro que ha habido algo que no. Es la misma ninfa, y en algunos lances se apartaba de ella, pruebas con otras, vuelves a la primera, sigue sin hacerle caso, y cuando ya estás lanzando por lanzar, casi sin prestar atención, ahí tienes al pez. Por cosas como ésta muchas veces pienso que lo mejor que podemos hacer mientras pescamos es no pensar demasiado. Cuando no piensas y lo haces mecánicamente, o por instinto, muchas veces los resultados son mejores que cuando te estás comiendo la cabeza. Y otra cosa que pienso es que en su día mucho criticar los cotos sin muerte asturianos y mucho publicar artículos en revistas diciendo que eran un asco, pero al final allí iba todo el mundo. Los que escribían esos artículos casi eran de los que más iban. Y además sirvieron para normalizar la pesca sin muerte, ponerla a la vista de todo el mundo, en una región donde todavía la mayoría de los pescadores son de esnuca y contenedor, porque si todavía las comiesen, sería algo, pero la mayoría acaban en la basura.
16 de diciembre de 2024
Seguro que todos los que me conocen, en cuanto han visto el título de este artículo, han pensando que hoy la cosa iría de reos. Siento decepcionaros. No recuerdo en qué año fue esto, pero sí sé que fue el año que abrieron como libre sin muerte el tramo del río Narcea que atraviesa Cangas de Narcea. Yo no había pescado nunca ese tramo. Ni siquiera recuerdo ahora mismo si antes de ser libre sin muerte estaba abierto a la pesca o estaba vedado. Sí sé que la primera semana de aquella temporada nos fuimos para allá a conocerlo otro amigo y yo. Además era la época en la que yo era un tarado absoluto de la pesca con mosca y el montaje de moscas. Salía a pescar como mínimo cuatro días por semana y nunca era suficiente. Y durante el invierno pasaba un poco lo mismo, me dedicaba a hacer miles de moscas para llenar las diez o doce cajas que llevaba encima en cada salida de pesca y las probaba todas. Claro, probaba una o dos de cada modelo, así que a final de año tenía cientos de moscas que no habían salido de la caja. Aquel invierno lo había pasado haciendo muchas moscas para técnicas de pesca que no dominaba o a las que nunca les había hecho mucho caso. Y una de esas técnicas era la pesca con mosca ahogada. No a nuestra manera, sino a la manera de los ingleses. Lo del down and across, las spiders, las North Country Flies y todos esos rollos. Empezamos a pescar en un pozo que había bajo un puente, más bien hacia la parte de abajo, y ahí empezamos pescando a seca. Esto ya nos vino bien porque otra de las cosas que había estado probando ese invierno era a hacer un montón de moscas con rayones de Marruecos, que había recibido un buen alijo tiempo antes y nunca les había prestado la atención que merecían, así que al amigo que iba conmigo le había dado unas efémeras hechas con el 4122 de Zirayón y yo estaba probando otras hechas con un rayón marroquí que prácticamente era clavado al 4122 verdoso, para ver si había diferencia entre ellas. Y no, no la había, porque íbamos alternándonos y más o menos íbamos sacando los mismos peces. Una vez comprobado eso le dejé a él en ese tramo pescando a seca y yo me fui unos pocos cientos de metros aguas arriba, para probar lo del down and across, que viene a ser lanzar en diagonal aguas abajo, y dejar que la corriente vaya moviendo las moscas hacia la postura donde suponemos que deberían estar los peces. Eso con una, dos o tres moscas ahogadas, según el gusto de cada uno o las necesidades del tramo. Como de aquella no tenía ni idea, pues decidí poner dos moscas, que parece que cuando te quedas en el medio estás haciendo las cosas bien, aunque no siempre sea así. Para los que conozcáis Cangas del Narcea, me puse donde se junta el Narcea con el Naviego, en la orilla contraria a la del Naviego, para ir pescando aguas abajo todas esas corrientes que hay allí. No tengo ni idea de qué configuración de bajo puse, ni de la caña, carrete o línea que estaba utilizando ni de nada, pero de lo que no me olvidaré nunca es de las moscas que elegí atar al terminal, porque tanto una como la otra me dieron varios peces pescando con ahogadas aguas abajo en ese tramo de corrientes. Una era una Wickham's Fancy y la otra una Stewart's Black Spider. Las dos moscas me dieron varias capturas, aunque también es cierto que varias de esas truchas de me soltaron antes de llevarlas a la mano. Pero aunque se me soltasen, el hecho de ver que pescando así se conseguían capturas fue como si se me iluminase una bombilla. Para ver si era cosa de las moscas en concreto o si era la novedad del sistema, probé una Soldier Palmer en lugar de la Wickham's y los resultados seguían siendo buenos. Y luego sustituí la Black Spider por una Black Zulú y más de lo mismo. No era un espectáculo de esos de sacar un pez detrás de otro, pero sí que se iban sucediendo picadas aquí y allá. De esto tampoco me acordaba, pero como de aquella llevaba diarios de cada salida de pesca, el número de capturas con cada mosca y esas cosas, pues he mirado en la libreta. De paso he visto el año, pero como es de esas cosas que de repente nos hace sentirnos viejos, esa parte vamos a dejarla estar. Yo siempre había oído y había leído que pescar con ahogadas así en nuestros ríos en España no daba demasiado buen resultado, y empecé a pensar que o bien no se había intentado lo suficiente o bien todos se equivocaban. Esto pasa a menudo cuando de repente a tí te funciona algo que a la mayoría no le ha funcionado. Y nos creemos más listos que nadie como si hubiésemos inventado la rueda. Pero la rueda ya está inventada, y ahora, viendo aquella jornada con el tiempo y transcurridos muchos años, achaco más el éxito de aquel día pescando con ese tipo de ahogadas al hecho de que fuese uno de los primeros días de la temporada, que coincidió con un momento de actividad alto de truchas que apenas habían tenido presión de pesca y que la suerte también debió tener algo que ver. Y no digo que las ahogadas no pesquen en nuestros ríos si tratamos de poner en práctica esta técnica tan de las Islas Británicas. Sucede lo mismo que con cualquier otra técnica, y tiene sus momentos. A lo largo de todos estos años no he dejado nunca de llevar una docena o dos de moscas ahogadas en la caja. A veces para pescar así, y otras veces para usarlas combinadas con alguna ninfa o alguna seca. Lo que sí es cierto es que salvo la Black Spider y la Partridge and Orange, abandoné hace tiempo todos esos montajes clásicos ingleses, galeses, irlandeses o de donde fuesen originalmente, para utilizar otro tipo de moscas ahogadas, generalmente en montajes tipo soft hackle con cuerpos peludos de foca, liebre, topo o similar y hackles de plumas blandas como gallina, becada, urogallo o estornino. Con una o dos docenas de estas moscas tengo de sobra para todo el año y se hacen en una hora o dos, así que para el esfuerzo que requieren y el resultado que pueden llegar a dar, no está de más que tengan reservado un lugar en la caja.
15 de diciembre de 2024
Yo soy pescador a mosca porque siendo un niño y estando de camping en Carrizo con mis padres y los vecinos de toda la vida de Gijón, vi allí mismo a un francés pescando a mosca y desde el primer momento sentí que aquello quería hacerlo yo. Y más todavía porque a aquel buen hombre no se le ocurrió otra cosa que acercarse a la orilla cuando me vio que llevaba un buen rato mirándole y empezó a enseñarme unas moscas que me dejaron absolutamente fascinado. Cuando algo se te mete en la cabeza desde que tienes seis o siete años, y pasando el tiempo sigue ahí, es muy difícil ya de que se olvide. Desde aquella primera vez en la que vi a alguien pescando a mosca en el río Órbigo hasta que pude ir a pescar ese mismo tramo con cierto conocimiento de causa, pasaron un montón de años. Los que van desde la EGB hasta la Universidad, básicamente. Y fui a Carrizo unas cuantas veces. Para los que siempre han tenido ríos trucheros a una buena kilometrada, quizás no les parezca tanto ir de Gijón a Carrizo y volver en el día, pero para los que siempre tuvimos ríos trucheros a media hora de casa, o atravesando los prados en los que jugabas desde niño como me pasaba cuando estaba en el pueblo, pues salir para Carrizo a las seis de la mañana y estar de vuelta a la una de la madrugada, era una pequeña locura que me concedía dos o tres veces por año. Porque siempre me gustó más pescar por la mañana y al atardecer que en ningún otro momento, así que me metía el madrugón, pescaba hasta el mediodía, comía como si no hubiese un mañana y echaba una siesta interminable para pescar después toda la tarde y quedarme hasta que empezaba a hacerse de noche. Y siempre iba a finales de mayo o principios de septiembre. Junio, julio y agosto siempre fueron para los reos. Podría contar un montón de cosas, pero me voy a quedar con un día de mayo porque siempre prefiero quedarme con jornadas que por el éxito o el fracaso han supuesto algún tipo de aprendizaje. Y en esta en concreto, hubo a partes iguales éxito y fracaso. El año anterior había tenido allí una jornada de pesca con un amigo leonés y dos amigos navarros. Aquel día no me podía quedar hasta el sereno porque tenía que estar de vuelta en Asturias no muy tarde, así que a eso de las siete de la tarde yo me fui. Durante esa jornada, tres de nosotros habíamos estado pescando al agua a seca y a ninfa y habíamos ido sacando peces aquí y allá, pero uno de los navarros se había pasado el día entero recechando dos truchas enormes a ninfa a pez visto sin gran éxito, mientras yo estuve allí, pero cuando ya me había ido tuvo la pericia de por fin conseguir engañar a una de esas truchas, de las de 60 centímetros, y ya de vuelta en Navarra me mandó por email la foto de la trucha y eso me hizo pensar que muchas veces la paciencia y la perseverancia tienen premio, y que si pescando a ninfa a pez visto los premios podían ser de ese porte, quizás merecía la pena dedicarle el tiempo necesario. Así que el primer día que pude ir al año siguiente tenía muy claro que iba a ir a pescar la misma tabla a la que él había dedicado todo el día y que lo haría igual que le había visto hacer a él. Monté unas cuantas ninfas que me parecieron adecuadas para intentarlo de ese modo, en variados pesos y tamaños, y una vez puesto el disfraz de mosquero me dediqué primero a recorrer las orillas buscando la presa adecuada. Una vez localizada una zona concreta con alguna trucha de buen porte comiendo esporádicamente a medias aguas, me metí tranquilamente al río dejando una distancia prudencial de seguridad y me fui posicionando lentamente para tratar de no espantarlas o, en caso de hacerlo, estar en la posición adecuada para esperar a que regresasen a su postura. Sucedió la segunda opción, que me tocó esperar bien quieto a que volviesen a posicionarse. Tampoco me era nada ajeno, puesto que con los reos me pasaba esto infinidad de veces. Se volvían desconfiados o se espantaban al meterme al río, pero después de estar una hora quieto en el sitio, los volvía a tener alimentándose a pocos metros de mi posición. Ahí tienes que hacer todo a cámara híper lenta. Cualquier movimiento brusco que delate tu presencia echa por tierra cualquier opción que tengas de poder presentarles tu mosca, así que eso lo tenía entrenado. Lo que lo tenía nada entrenado era lo de pescar a ninfa a pez visto, así que me pasé un buen rato lanzando y tratando de interpretar los movimientos del pez para suponer cuando estaba tomando mi ninfa y clavar en ese momento. En todos estos intentos el fracaso fue rotundo a pesar de múltiples cambios de ninfa e intentos de todo tipo, así que decidí probar de otra manera y puse una ninfa bien visible, una pupa de tricóptero en color crema, y decidí que lo que iba a hacer era observar la ninfa y si en algún momento dejaba de verla, clavar. De este modo, las horas de fracaso anteriores se convirtieron en un éxito limitado, ya que conseguí una captura, si bien no era en absoluto uno de los peces que pretendía capturar. Pero por algo se empieza. Fui probando de este modo en distintos puntos de las dos tablas a las que estaba dedicando el día y llegué a ese punto en el que piensas que ya le has cogido el tranquillo, porque además de la captura inicial has ido consiguiendo alguna captura más aquí y allá. Así que cuando crees que ya más o menos te defiendes, una vez has cambiado el sistema, decides que vas a volver a por las grandes. Ya ha pasado buena parte del día pero todavía quedan horas de luz y esta vez no tienes prisa por volver a casa, así que toca otra vez tirar de sigilo y paciencia hasta que una trucha de las que habías ido a buscar se pone a tiro. Lanzas con toda la discreción y suavidad de la que eres capaz para que la ninfa entre al agua unos dos metros por encima de la posición del pez y que así llegué a su altura a la profundidad adecuada y de repente dejas de ver la ninfa. Y clavas. Y el agua explota de repente y toda la calma que habías ido trabajando durante toda la jornada de convierte en una mezcla de nervios, ilusión y satisfacción que salta en pedazos cuando tú terminal queda hecho añicos y el pez que habías clavado no te ha dado ni diez segundos de pelea antes de partir el fluorocarbono igual de fácil que tú o yo podríamos romper en dos mitades una hoja de papel. Lo bueno de estos días, aunque te vuelvas a casa con más sensación de fracaso que de éxito, es que te han servido para aprender algo. Y todo aprendizaje se puede poner en práctica más adelante, así que nunca está del todo mal asumir los fracasos sabiendo que en el futuro podrás sacar partido a lo aprendido. Seguramente habrá algún pescador al que todo le salga siempre bien a la primera, pero para la mayoría, no nos queda otra que ir cagada tras cagada hasta que después de muchas grandes cagadas, conseguimos algún pequeño éxito. Yo siempre pienso que si la pesca no fuese así, no nos gustaría ni la décima parte de lo que nos gusta.
14 de diciembre de 2024
Creo que fue hace como 19 o 20 años cuando me invitaron los amigos de Anapam a asistir como invitado a sus jornadas anuales para hablar sobre unos materiales de montaje de moscas que en aquel momento casi nadie usaba en España. La primera sensación que tuve fue de agradecimiento cuando me hicieron llegar la invitación. Y la segunda fue de estar totalmente fuera de lugar, porque los invitados los años anteriores habían sido Rafael del Pozo y Paul Arden, si no recuerdo mal. Obviamente entre un mequetrefe veinteañero y dos monstruos de la pesca con mosca mediaba una distancia tan enorme en cuanto a experiencia, conocimientos y todo eso, que me acuerdo que me pasé algunos días pensando en renunciar. Si finalmente acepté fue porque los dos temas principales que tenía que tratar eran las patas de liebre ártica y las lanitas de LaFontaine, que llevaba unas pocas temporadas utilizando y que, como digo, no existía apenas conocimiento de dichos materiales entre los pescadores españoles, así que eso fue lo único que me dió un poco de seguridad. Bueno, eso y también saber que las moscas que les iba a enseñar pescaban de cojones, que eso siempre te da tranquilidad. Porque no es solo que los anteriores invitados me diesen mil vueltas, es que también la mayoría de los que iban a asistir a dichas jornadas me daban mil vueltas en experiencia y conocimientos. El caso es que el fin de semana estaba más o menos programado. Llegaríamos desde Asturias el viernes a mediodía, esa tarde iríamos a pescar el Urrobi, noche en Pamplona, y al día siguiente pesca en el Irati y luego sesión de montaje de moscas. La cosa no empezó del todo bien porque aunque en el Urrobi la pesca se dio aceptablemente, cuando me iba a cambiar rompí la puntera de la caña de 9' línea 4 contra el portón trasero de la furgoneta, así que para el día siguiente solo tenía disponible una caña de 11' línea 4. Una Admira. Iba a tocar pescar a ninfa, porque por mucho que digan, a mí lo de las cañas de más de 10' para pescar a seca ya no me convencía ni desde el principio. El caso es que al día siguiente, ya en el Irati, el amigo que me hacía de guía me dijo que íbamos a bajar por la senda que va paralela al río hasta una zona que tenía los mejores peces. Nos tiramos como una hora o algo más caminando río abajo antes de empezar a pescar y, cuando empezamos, que estuvimos pescando como unas tres horas, libramos el bolo de milagro. Yo me acuerdo que saqué a ninfa una truchita diminuta y él sacó un par de truchas majas, pero vamos, muchísimo peor que el día antes en el Urrobi, y eso que en el Urrobi tampoco había sido nada del otro mundo. Al final se nos fue el santo al cielo y cuando nos dimos cuenta de la hora y de que íbamos a llegar tarde a la comida y posterior sesión de montaje casi salimos del río monte a través y volvimos hasta el coche en plan carrera continua, y ya nos estaban esperando algunos de los asistentes con cierto grado de alarma, sin saber dónde cojones nos habíamos metido. Claro, no había smartphones ni ninguna cosa de esas que tenemos ahora para que nos esclavicen a cada minuto que pase, así que si estabas esperando por alguien no te quedaba otra que esperar o decidir marcharte sin esperar más. La comida fue bien, salvo por los pimientos rellenos, que los detesto, y una vez terminada la comida llegó el momento de sacar torno y materiales. Me he acordado muchas veces de aquel momento años después porque lo ideal habría sido que hubiese podido participar de aquellas jornadas sabiendo lo que sé ahora, y no lo que sabía entonces. Sí, es cierto que allí de liebre ártica y de lanitas de LaFontaine nadie sabía más que yo, pero es que ahora mismo sé muchísimo más de lo que sabía entonces. Me imagino que a las personas que dan habitualmente charlas, que son ponentes en reuniones o congresos de cualquier tipo y todo eso les pasa siempre lo mismo, que miran sus intervenciones del pasado con una sensación extraña, siempre pensando que si hubiesen sabido entonces lo que saben ahora todo aquello habría sido de mayor provecho para los asistentes. Lo que no se me olvidará nunca fue un detalle en particular. Empecé montando la Usual con la liebre ártica y las emergentes de LaFontaine tal cual son con la receta original, y luego ya me puse a montar con los dos materiales cosas más estrambóticas que se salían un poco de lo habitual. Y entre las otras moscas que fui montando había una que casi no se debería llamar ni mosca, porque básicamente era hilo de montaje negro en un anzuelo curvo del 24 o 26 y un pequeño pompón de pata de liebre ártica blanca o naranja en el medio del anzuelo. Básicamente ese pompón hacía de señalizador y servía para mantener el cuerpo en hilo negro sumergido justo bajo la película superficial. Como ya me temía este montaje en concreto fue el que menos interés suscitó a la mayoría de los asistentes, si bien hubo dos excepciones, ya que el terminar se me acercaron dos de los asistentes para preguntarme específicamente por esa "mosca", y uno de ellos dijo tal cual que le parecía una genialidad. Así que estuvimos hablando sobre la forma de utilizarla, tamaños, variantes y demás, y ahí quedó la cosa. Tiempo después, una de estas dos personas, me envió a través de Conmosca un mensaje en el que me decía que había estado utilizando ese montaje casi sin parar desde aquel día y que le había dado una de las truchas más grandes de su vida, pescando en el río Bidasoa. Son estas anécdotas y vivencias las que poco a poco te van haciendo darte cuenta de que muchas veces utilizamos moscas que están pensadas casi exclusivamente para convencer al pescador de que son una buena mosca y que así, las utilice. Pero la verdad es que hay por ahí un montón de buenas moscas que están pensando exclusivamente para convencer al pez y que a la mayoría de los pescadores ni se les pasaría por la cabeza atarlas a su terminal, así que mola mucho cuando te encuentras con alguien que entiende alguna cosa de manera exactamente igual a como tú la entendías y que también a él le ha dado magníficos resultados. No sé los años que hace que no utilizo esa mosca, pero ahora que estoy escribiendo esto, en cuanto termine las cuatro líneas me que faltan, me pienso ir al torno a hacer una docenita y meterlas en la caja ya mismo para que así el año que viene sea otra vez una de las moscas que voy a utilizar. Ahora que por fin hay anzuelos curvos sin muerte en tamaños diminutos y con un tamaño de anilla decente, habrá que volver a ponerla en circulación.
13 de diciembre de 2024
La pesca con mosca tiene momentos buenos y malos. Tiene grandes ilusiones y sonoros fracasos. Tiene planes perfectos y días que se tuercen por completo. Todos tenemos lugares que hemos conocido por las revistas, por vídeos o por referencias directas de otros que los han pescado. Uno de esos lugares para mí era el Ucero. No solamente por el río en sí mismo, sino por la ilusión de poder pescar algún día una eclosión de danicas. Si no me traiciona la memoria creo que los ingleses aluden a esa época en la que las danicas eclosionan en sus famosos chalkstreams como "La semana de los tontos" o algo así, haciendo referencia a que cualquier incapaz podría capturar un buen número de peces en esas circunstancias. No es que a mí me guste demasiado la pesca fácil, pero la ilusión de pescar una eclosión de danicas con imitaciones enormes montadas en anzuelos del 8, del 10 y del 12 me había llamado la atención desde siempre. Así que por fin un año se dieron todos los condicionantes que me permitieron plantarme allá a mediados de junio, dispuesto a pescar truchas con las danicas revoloteando por el río. Y el día se presentó propicio. Sin demasiado calor, nada de aire, nubes y claros y sin encontrarme a nadie en el río. Es la ventaja de poder ir de pesca de vez en cuando a mitad de semana, que aunque esté todo vendido la afluencia real no es comparable a la de los fines de semana. Así que después de tomar un pequeño almuerzo y preparar todos los bártulos que conforman el pack completo de pescador a mosca, saqué mi cajita especial para ese día que con tanto esmero había preparado. Y bien digo esmero, porque había ahí moscas que se tardan en hacer diez o quince minutos, mucho más que las que hago habitualmente. Estaban la Mohican Mayfly de Oliver Edwards, la emergente y la danica en paracaídas de Morten Oeland, otros montajes de suecos y daneses, danicas en cuerpo extendido, danicas con falsos hackles y hackles con plumas blandas, cuerpos con mezclas de dubbing de todo tipo... Un poco de todo. Y sí, se veía alguna danica echando a volar aquí y allá, pero la actividad por el momento era nula, así que aunque el río tenía un poco más de vegetación de la que a mí me habría gustado, me dediqué a ir pescando al agua los canales que se formaban entre la vegetación a la espera de que algún pez se interesase por mi mosca y vigilando bien por el rabillo del ojo para tratar de detectar cualquier cebada. Y sin ser nada excesivo, se seguían viendo danicas aquí y allá. Ante la falta de actividad de los peces me dediqué un rato a tratar de capturar alguna de ellas, hacerle alguna foto y observarla bien, ya que en mis zonas habituales de pesca puedes ver una o ninguna, y más bien se trata de ninguna normalmente. El problema es que el único ser vivo que había allí haciendo caso a las danicas era yo. Ni una sola trucha se alimentó, al menos en superficie, de ninguna de las moscas que iban saliendo. Así que probé un rato a ninfa, por si se daba el caso de que estuviesen comiendo pegadas al fondo. Y el resultado fue el mismo: nada de nada. Después de tres o cuatro horas con resultados nulos y de haber probado todos los modelos diferentes de danica que llevaba en la caja con el mismo resultado, es decir, ninguno, terminé por recurrir a la mosca que siempre uso la primera vez que voy a un río que no he pescado nunca, una emergente con Fly-Rite 34, que me dió al fin un par de truchitas que sirvieron para librar el bolo, pero no para justificar la kilometrada y mucho menos para saciar mi ansia por pescar una eclosión de danicas. Me imagino que algún día me tocará volver, pero lo cierto es que todo el tiempo pasado imaginando pescar una eclosión de danicas, y que luego resulte que a pesar de que la eclosión es casi abundante no haya ni un solo pez comiendo una dánica, hace que se quiten un poco las ganas. Porque si comiesen las naturales e ignorasen las mías, no tendría queja. Cuando uno es un incapaz lo mejor es asumirlo y tratar de seguir mejorando. Pero cuando ni siquiera se comen las naturales, ¿qué te queda por hacer? Pues lo mismo. Tratar de mejorar y seguir intentándolo.
12 de diciembre de 2024
Si me has leído de vez en cuando ya sabrás que una de las pescas que más me gusta es la que hacemos en los amaneceres de verano con los caenis. Ríos cortos de agua, bajos larguísimos, terminales finos, moscas diminutas, peces resabiados, tramos de aguas lentas... Lo tiene todo para mí. Y si por algo me gusta el Caudal es porque permite este tipo de pesca casi mejor que ningún otro río de los que pesco habitualmente, con excepción del Narcea, que también da mucho juego pescando así. No diría que más que el Caudal, pero sí los pondría a un mismo nivel. Con dos ventajas fundamentales a favor del Narcea: hay reos y el entorno es un poco más amable. Así que los quince días que voy a Asturias cada verano, normalmente la última semana de julio y la primera de agosto, reservo dos o tres amaneceres para ir al Caudal y otros tantos para el Narcea. Como cuando estoy allí en esas fechas tengo siempre muchos compromisos familiares, suelo hacer un par de horas de pesca por la mañana, para estar de vuelta en casa hacia las 9:30 o 10:00 y un par de horas por la tarde, para empezar a pescar a eso de las 20:00 y salir del río hacia las 22:00. Así puedo pescar cuatro o cinco horas al día y aun así tener todo el día libre para la familia. Hace unos años, en uno de esos amaneceres reservados al Caudal, tuve el último gran día de pesca de truchas que he tenido si juntamos cantidad y tamaño medio de las capturas. He tenido días de sacar más peces que ese día, también porque pesqué durante mayor número de horas, pero ninguno en el que más de la mitad de los peces que saqué estuviesen entre los 40 y los 50 centímetros. A las 6:30 ya había aparcado y estaba saliendo del coche para echar un vistazo al río antes de cambiarme. Y aunque la única luz que había era la de las farolas, me bastó para ver que el amanecer de caenis que tenía en la cabeza iba a ser difícil de hacer realidad. Las lluvias de la tarde y noche anteriores habían hecho que el río, aunque no había subido apenas de nivel, bajase con el agua bastante turbia. No diría que llegase a chocolatada, pero sí era al menos café con leche bien cargado de café. Dado ese primer vistazo y de vuelta al coche ya me quedó claro que la caña de seca mejor dejarla en el maletero y bajar con la de 10'2" que me sirviese un poco para todo. Así que una vez cambiado, puse en la caña el carrete de pescar al hilo y un par de ninfas. Un perdigón culirrojo y mi ninfa favorita para pescar con el río en esas condiciones, que básicamente es una ninfa de cola de faisán con brinca cobre, un tag de floss naranja, un falso hackle de cdc natural mezclado con ice dubbing color Pheasant Tail y una bola dorada. Así que bajé por una de esas escalinatas metálicas tan habituales en Mieres que te hacen plantearte tu vocación de pescador y una vez en el río, subí avanzando pegado a la pared hasta llegar al primer oxigenador, ya que en esas circunstancias lo que mejor me había funcionado siempre era ir metiendo las ninfas lo más pegadas al oxigenador y que llegasen bien al fondo. A los pocos lances entró el primer pez y ya me dió para pensar que a lo mejor el día se daba bien, porque era una trucha maja de 35-40 centímetros que dio muy buena pelea hasta que llegó a la sacadera. Sin mover los pies del sitio, esperé otro rato antes de volver a lanzar y otra trucha de tamaño similar a la anterior, aunque algo más gorda. Un oxigenador de estos de la parte de abajo en Mieres tiene unos 40 metros de orilla a orilla, más o menos. Para pescar esos 40 metros estuve en el río unas dos horas y media, desde que empecé en una orilla y llegué a la otra. Y ya digo que la cantidad de peces no fue nada exagerado. Estuvo bien sin más. A la sacadera llegarían unas quince truchas y algunas que se me soltaron. Lo sorprendente para mí fue que el tamaño medio estuvo más o menos en el de las dos primeras, con un par algo más grandes, rondando los 50, y otro par un poco más pequeñas. Pero todo lo demás rondando los 40, que igual era habitual por allí hace veinte años, pero no es nada habitual últimamente (o al menos no es habitual para mí, que voy tres veces al año). Si hubiese podido quedarme hasta la hora de comer y pescar otros dos o tres oxigenadores de orilla a orilla no tengo duda de que habría sido uno de los mejores días de pesca de mi vida. Suponiendo que en los otros oxigenadores se diese la cosa parecida, que igual es mucho suponer.
11 de diciembre de 2024
En estos artículos sobre diferentes jornadas de pesca, si has leído alguno, sabes que no tengo problema en dar ubicaciones exactas y esas cosas, pero en este caso no lo voy a hacer porque fui a una zona con un acceso no muy sencillo, acompañado de un pescador local que se lo conoce como la palma de la mano y que tras asegurarme en repetidas ocasiones que era la zona del río que más peces tenía, me pidió en igual número de ocasiones que no hablase con nadie de ese acceso al río, porque muy pocas veces se encontraba pescadores por allí y quería que así siguiese siendo. El Tajo era otro de esos ríos con los que todos aquellos que desde niños hemos leído revistas de pesca siempre habíamos soñado con pescar. Al menos para los que son de mi generación, cinco o diez años arriba o abajo, existen una serie de lugares que con solo mencionar su nombre nos traen a la memoria muchos de nuestros anhelos o ilusiones de juventud: Vizcaínos, Peralejos, Aragosa, Garaño, Pino del Río, el Roncal... Mi lista de sitios a pescar era muy larga y por suerte ya he ido tachando casi todo de la lista. Me quedaría pendiente algún sitio de Huesca o Catalunya, porque siempre me quedan lejos de todo, y alguno de Cantabria que nunca tuve suerte en lo del sorteo y nunca pude pescar, aunque si te digo la verdad no recuerdo cuando fue la última vez que me apunté al sorteo de cotos de Cantabria. En lo que va de este siglo no sé si me habré apuntado un año nada más. El Tajo lo había tachado de mi lista hace ya tiempo. Creo que fue el primero de esos destinos de pesca famosos de los años 80 o 90 que pude quitar de la lista. Con un poco de retraso, pero quitado estaba. Y aunque alguno me matará por esto, la verdad es que no me dio mucho más. Lo dejé aparcado años hasta que por la insistencia de un pescador de la zona decidí que volvería para darle alguna otra oportunidad, en este caso de la mano de un pescador local. Y tal como y como le dije a él ese mismo día, para mí está un poco sobrevalorado. Ya, ya sé que alguno me mataría ahora mismo con sus propias manos. Pero es lo que de verdad siento. El río es bonito en muchos tramos, eso es innegable. No es la configuración de río que más me gusta a mí, pero eso es cosa mía y de nadie más. Pero más allá de la belleza de algunos tramos, en lo que a la pesca se refiere, para mí fue un poco decepción. Tanto cuando fui por mi cuenta como cuando fui acompañado. Siempre me habían calentado la cabeza con la dificultad de las truchas del Tajo y, qué quieres que te diga, son truchas como otras cualquiera. A poco que hagas las cosas medio bien, el pez sube y ya está. Truchas difíciles las tenías en el Miera o en el Bidasoa. Tampoco sé cómo estarán ahora, pero nunca olvidaré que fueron dos sitios en los que de verdad me sentí incapaz de engañar a un puto pez. En el Tajo eso no me ha pasado ni de lejos. Pez que veías medio puesto, pez que subía a por la mosca sin más. Como en cualquier otro río. Creo que en estas cosas de la dificultad todo depende siempre de cuál sea el punto de comparación. Comparado con otros ríos de Castilla La Mancha como el Dulce, el Gallo o el Sorbe pues claro que es más difícil de pescar. Pero si lo comparas con ríos de otras zonas, se queda en la media más o menos. Nada especial. Soy consciente también de que cuando yo fui los mejores años de este río quedaban ya lejos. Y resalto esto porque muchas veces me he encontrado con sitios supuestamente difíciles y lo que sucede es que en realidad en muchos de esos tramos no queda un puto pez. A ver, un sitio difícil, con truchas difíciles, es uno de esos en los que te asomas al río desde un puente o un talud de la orilla o lo que sea y ves truchas por docenas, y luego cuando te metes ya al río a pescar pasan tres horas y no has conseguido que te suba ni una. Eso es un sitio difícil. Si de lo que hablamos es de tramos o ríos con una población truchera justita y que además están sometidas a una presión constante de pesca, no es que estemos ante truchas difíciles. Ante lo que estamos es ante truchas escasas y que además están muertas de miedo. Ya digo que yo no sé cómo era el Tajo en 1982. Tampoco sé cómo era en 2022 ni sabré como es en 2032 o en 2042 o el año que quieras, porque Castilla La Mancha me ha pedido como cliente, ya que desde que salió la licencia interautonómica tengo clarísimo que solo voy a pescar en comunidades autónomas que estén incluidas dentro de dicha licencia. Las que se mantengan al margen me han perdido como cliente potencial de pesca, alojamientos, gastronomía y demás, salvo que me surja algún compromiso ineludible al que no me pueda negar. Así que aunque me duela decirlo, el Tajo para mí fue una decepción y eso que le di varias oportunidades, porque para opinar de un sitio conviene haber estado por allí en diferentes ocasiones y diferentes épocas. Pero vamos, que tampoco pasa nada. Hay más sitios que me han decepcionado como el Ucero o el mismo Bidasoa, unos por unos motivos y otros por otros. Solo faltaría que tuviese que gustarnos a todos lo mismo... Y hay otros en los que no tenía puesta ninguna esperanza y me encantaron. Cuando damos con un sitio de pesca que nos gusta, lo mejor es disfrutarlo todo lo posible. Y más teniendo la suerte de que no a todos nos gusta lo mismo. Porque si a todos nos gustase ir a los mismos cuatro sitios, no durarían ahí las truchas ni media temporada. Entre las que se desplazarían tratando de huir de la presión de pesca y las que íbamos a matar por darles un trato no lo suficientemente cuidadoso, en un par de años no queda en dicho tramo ni un solo pez. Todos conocemos tramos que se pusieron de moda y que, a pesar de ser sin muerte, en dos o tres años la población de peces había bajado a la mitad o menos de la mitad. Luego se pasaron de moda y ahora, años después, algunos se han recuperado casi del todo y otros han permanecido prácticamente muertos.
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