El primer gran día de pesca a mosca de mi vida fue aquí.
A ver, ya había tenido días de pescar unos cuantos peces, de sacar reos, de ir a pescar a algún sitio de esos de los difíciles y conseguir engañar algún pez.
Pero el primer día de perder la cuenta de los peces en unas horas de pesca y tener esa sensación de que eres capaz de engañar un pez en cada lance, fue aquí.
Es cierto que de aquella, al coto de Taramundi, no le cabía una trucha más en el río. No sé cómo estará ahora, pero allá por los primeros años de este siglo, en cantidad de peces, era una cosa de locos. Con la ventaja añadida de que apenas lo pescaba nadie. Unos cuantos de los que iban a llenar la cesta a principio de temporada, y luego vacío casi todo el año.
Iban a llenar la cesta y el maletero, más bien.
Ya había ido un par de veces antes y la cosa había quedado más o menos en las dos docenas por día, pero este día no se me olvidará porque fue el primero, y uno de los pocos, de sacar peces en casi todas las posturas.
Tenía de malo, como muchos de los ríos de la zona, que los puntos de acceso escaseaban, habiendo uno al principio del coto, otro más o menos en la mitad, y otro al final del coto. Así que tenías dos opciones: aparcar donde tenías previsto finalizar la jornada de pesca y pegarte la kilometrada al principio o aparcar donde tenías previsto empezar y pegarte la kilometrada al final.
Sucede que cuando eres joven tienes de todo menos dinero y cabeza, así que yo aparcaba donde empezaba a pescar. Y esto tiene que ver con lo de la cabeza, no con el dinero, porque el punto de salida en la mitad del coto suponía pegarse una subida hasta Taramundi que debe tener como el 20% de desnivel más o menos por donde estaba la sidrería Solleiro. Y de aquella lo del turismo rural en la zona no era la plaga que es hoy, así que podría aparcar perfectamente donde tenía previsto terminar la jornada de pesca. Pero está claro que ese era un pensamiento muy profundo para mis capacidades de entonces.
De aquella pescaba en todos estos ríos del occidente asturiano siempre con la misma mosca: cuerpo en dubbing de antron en color tostado, tejadillo en pardo tostado y hackle brown. Era fácil de hacer, aguantaba un montón de capturas antes de quedar inservible y flotaba bien. Y como pescábamos con el 0.16, ningún problema de rizado.
En el tramo inferior había una rasera justo bajo el puente que marcaba el límite inferior del coto en la que siempre te subía alguna trucha. Por eso me gustó siempre tanto ir a pescar este coto. Siempre empezabas bien el día.
Luego había unas corrientes y un poco más arriba una presa ya en desuso que marcaba un poco una diferencia, ya que aguas abajo de esa pequeña presa el río era más estrecho y con corrientes un poco más vivas y de la presa hacia arriba, hasta llegar a la altura del pueblo de Taramundi mas o menos, el río era un poco más ancho y tenía algunas zonas de aguas mucho más lentas.
El caso es que el día, como digo, iba mejor que nunca en mi vida hasta ese momento. Y ya llegando más o menos al punto de salida, donde cruza el río la carretera que va camino de As Veigas, donde el Turía se une al Cabreira. Unos cien o ciento cincuenta metros aguas abajo de otra antigua presa, hay un tramo de aguas muy lentas en el que siempre me quedaba un buen rato antes de salir del río y volver al coche.
Esa parte era mi tramo preferido. Estaba el río completamente cubierto de árboles y siempre había la opción de que entrase ahí alguna trucha un poco más grande. Sin ningún exceso, claro, pero al menos salía alguna de algo más de un palmo, que en un río en el que la media debía andar por los quince centímetros o poco más, sacar un pez de veinticinco casi era fiesta.
Y como era habitual, un pez un poco más decente se interesó por el tricóptero. Y como el día de pesca perfecto no existe, al levantar la caña para clavar una ramita hizo el trabajo que siempre hacen las ramitas que están donde no deberían, y de manera irremediable la caña pasó en un suspiro de medir 274 centímetros a medir 270.
Hace años que no rompo ninguna caña y a día de hoy lo llevaría con cierta resignación, y rezaría porque el fabricante hiciese honor a la garantía, pero de aquella, la caña que se me rompió era la primera caña decente que había tenido, una Kilwell Matrix. El disgusto fue cojonudo. Y todavía la tengo guardada a día de hoy en su tubo y funda originales.
Algún día volveré al Cabreira. No sé si queda allí algo que pescar. Pero viene bien volver de vez en cuando a los lugares que te han visto crecer.