Debido a mi edad me tocó vivir una niñez en la que los viajes internacionales eran cosa de unos pocos y en la que la mejor manera de viajar era a través de los libros, cuando las posibilidades de tu familia en relación con los viajes consistían básicamente en destinos a los que se pudiese llegar en coche o en tren.
Esto tuvo diferentes consecuencias a la hora de ver las cosas cuando fui completando mi proceso de maduración, si es que lo he completado.
Por un lado, me ha hecho adorar el tren. Viajaría en tren sin parar si tuviese el tiempo y el dinero para ello.
Por otro lado, muchos de los libros que leía en mi niñez fueron contribuyendo a crear una especie de espíritu aventurero que terminó por hacerme soñar con explorar los polos, las montañas más imponentes de La Tierra, descubrir una cueva con arte paleolítico que nadie hubiese visto antes o, más adelante, con pescar en lugares en los que no había pescado nadie.
Era un bicho un poco raro, ya que otros niños y jóvenes de mi edad que también habían desarrollado cierta pasión por la lectura, no tenían entre sus autores habituales a Kurt Diemberger, Vladimir Arseniev o Vere Gordon-Childe.
También me gustaban cosas normales. Jugaba al fútbol, me encantaban el baloncesto el ciclismo y la Fórmula 1, comer Nocilla untada en pan de pueblo o hacer parrilladas con los amigos con un buen montón de chorizos criollos, bacon, costillas de cerdo y cajas de sidra.
Pero ese espíritu de exploración siempre estuvo ahí, aunque casi todo el tiempo permaneciese oculto en segundo plano. Asomó un poco después de sacarme el carnet de conducir, con 18 años, lo que me permitió en un radio de unos 200 kilómetros explorar todo monte y río que estuviese al alcance de la altura de los ejes y la tracción de un Seat Ibiza. Y a donde no llegaba el Ibiza, llegábamos a pie o en bicicleta.
El caso es que se quedaron muchas cosas pendientes porque cuando eres joven es difícil disponer a la vez de tiempo y dinero, de modo que si tienes dinero no sueles tener tiempo, y si tienes tiempo es porque no tienes una mísera peseta que gastar.
Luego descubrí que eso no solo pasa cuando eres joven, sino que continúa pasando habitualmente. Sobre todo en lo que se refiere a la falta de tiempo, porque cuando estás trabajando algo de dinero puedes ir juntando, pero el tiempo libre nunca es suficiente.
Para el que disfruta de escaparse un fin de semana a Ámsterdam, o a Cáceres, esto no es problema, ya que con disponer de dos o tres días haces el apaño, pero para los que soñamos desde niños con hacer el trekking del Annapurna, el circuito de Torres del Paine o el Kungsleden, el hecho de no poder disponer de un mes o mes y medio para dedicarlo a alguna de estas actividades, supone un obstáculo insalvable.
Además, como ya he dicho alguna vez, la palabra es el arma de comunicación más poderosa que existe. Ya sé que queda muy bonito aquello de que una imagen vale más que mil palabras, pero en mi opinión no hay afirmación más errónea que esa. La mayoría de los grandes éxitos y las grandes catástrofes de la Humanidad llegaron a través de las palabras. Y podemos coger el ejemplo que queramos: Hitler movilizando a las masas a través de sus discursos y provocando alguno de los episodios más vergonzosos que como humanos hemos tenido la desgracia de conocer, la Biblia o el Corán como herramientas para el desarrollo de dos de las religiones más importantes del mundo a través de la palabra, con todos los desastres que esto ha acarreado a lo largo de la Historia...
El ejemplo que cada uno quiera.
No ha habido grandes revoluciones, grandes catástrofes o grandes avances a través de una foto. Ni de un vídeo. E incluso aunque se haya dado alguno, serían necesarias a continuación las palabras para explicar ese avance a todos los que no sean especialistas en el tema en cuestión.
Todo se sigue escribiendo. Todo se sigue narrando. La palabra siempre está en el centro de todo.
Si no fuese así, seguiríamos teniendo películas de cine mudo y los periódicos serían una simple sucesión de imágenes sin más.
A lo que quería llegar es lo siguiente.
Cuando has pasado toda tu vida soñando con el Manaslu, el Madison, la Patagonia o el Amur, imaginando a partir de las palabras y visualizándote una y otra vez en distintos destinos para subir una montaña, pescar o simplemente caminar disfrutando los paisajes, y de repente, sin que hayas tenido tiempo de ir a casi ninguno de ellos, descubres a través de Youtube y otras plataformas, que ya nada es como lo habías imaginado ni como te contaron aquellos que habían estado allí cincuenta o cien años antes, pierdes cualquier motivación para hacer el esfuerzo económico y de disponibilidad de tiempo que requiere viajar a ninguno de esos destinos.
Y por eso me interesan muy poco los viajes de pesca, o de aventura en general, tal y como actualmente están montados, donde todo está mercantilizado y donde el espíritu de aventura y exploración ha desaparecido por completo.
Y creo que la pesca con mosca tiene mucho de esto. De exploración, de descubrimiento.
Y cada vez se va perdiendo más. Y no solo si pensamos en el caso de los grandes viajes. También en lo cotidiano.
Yo hace años que ya no digo a casi nadie a donde voy a ir de pesca. Me ha pasado un montón de veces que comentando con alguien a donde tenía pensado ir el siguiente fin de semana, lo primero que me ha dicho ha sido algo así:
"Tienes que aparcar a la salida del pueblo tal, llevar las moscas tal y cual y Pascual, pescar entre este puente y el recodo que forma 500 metros aguas arriba de donde has empezado, sobre todo prestando atención a la orilla izquierda en tal sitio y a la orilla derecha en tal otro".
Que nadie me malinterprete. Se agradece siempre esta colaboración. Yo mismo he llegado a enviar capturas de pantalla de tramos concretos a partir de Google Earth o Sigpac indicando donde aparcar, donde suelen estar los peces y todo eso. Por no hablar de la cantidad de moscas que he mandado cuando alguien me dice: "pues pesco aquí, aquí y aquí, así que mándame lo que tú creas que me va a funcionar mejor".
Entiendo perfectamente pedir y ofrecer este tipo de ayuda entre amigos y conocidos, porque yo lo he hecho durante muchos años.
Pero, a día de hoy, intento cada año visitar al menos diez ríos en los que no he pescado nunca antes, acudiendo sin ningún tipo de información previa y guardando un pequeño margen para todo lo que tiene que ver con la exploración, con el descubrimiento.
Cuando llegas a un lugar en el que no has pescado nunca antes, y consigues una captura o cualquier otra cosa con la que no contabas o que no tenías mucha confianza en poder conseguir, se alimenta esa pequeña parte de exploradores que todos tenemos, y te vas a casa con sensación de haber encontrado un pequeño tesoro o haber hecho un pequeño descubrimiento.
En mi caso, pocas cosas hay que me hagan sentir meior.
Y no es necesario atravesar medio planeta para tener esa sensación de conquista, de descubrimiento. Esto puedes sentirlo al lado de tu casa. Casi diría que en todos esos destinos de aventura soñados hay actualmente tanta gente que igual te resulta más fácil tener esa sensación de descubrimiento en algún río de montaña de los Ancares o el Bierzo, en algún ibón perdido de Pirineos o en alguna cala o pequeña playa de difícil acceso, donde muy posiblemente haga semanas o meses que no ha habido nadie pescando.