Hay días de esos que se tuerce casi todo.
Te cogen desprevenido a mitad de julio. El encierro ha sido rápido y limpio y en el Tour pierde una minutada tu caballo ganador.
¡Manda huevos!
Pero bueno, piensas "esto lo enderezo yo echando el resto de la tarde en Campo de Caso".
Y hora y algo después de acabar la etapa del Tour ya tienes el coche aparcado al lado del puente de piedra.
No me atrevo a decir si medieval o romano porque, por regla general, a ese tipo de puentes casi todo el mundo les dice "romanos" y pocos hay que no hayan tenido alguna reconstrucción medieval.
Sí, Asturias fue romanizada, pero sus ríos permanecieron salvajes inundando vegas y arrasando puentes, de ahí las reconstrucciones, hasta que vino Paco con las presas, y algunos como el Navia quedaron completamente domesticados y otros muchos que después nosotros nos encargamos de irlos finiquitando.
Aunque algunos sigan diciendo que las truchas y salmones "salen por los praos".
Por cada uno que me encuentro de estos, de los de "salen por los praos", me encuentro a tres que me dicen "yo no creo que vaya ya este año a Asturias, cada año la pesca es peor y cada vez es más difícil encontrar buen alojamiento y está todo más caro".
Y el primero, el de los "praos", contesta a los otros tres: "Pos nun vengáis, que nun sevos perdió nada pequí ho".
Y ya está todo arreglado.
Pero volviendo al Nalón, en aquel entonces en Campo de Caso ya no se salían "por los praos", pero bien merecían la pena los 50 minutos de coche.
Una vez aparcado y vestido, con la mosca ya atada y la caña separada en dos de sus cuatro tramos, lo que facilitaba bajar al río por el terraplén que había poco más arriba del puente, entre algunas zarzas y algo de maleza, parecía que el día que había empezado torcido se podía enderezar.
Luego un patinazo te trae de vuelta a la realidad y bajas de culo medio terraplén rezando porque no se rompa la caña.
Ni los huesos.
Ha habido suerte esta vez. Todo parece estar entero.
Así que terminas de montar la caña y al río.
Yo siempre pescaba para empezar el tramo que iba desde aguas arriba de la tablita que hay bajo el puente de piedra, hasta el final por aquel entonces del tramo libre sin muerte, justo bajo otro puente de aspecto mucho más moderno.
A medio camino había un buen pozo en un recodo del río y otro al final bajo el otro puente en los que podía haber opciones de clavar un buen pepino.
Entre medias muchos tramos de corrientes, chorreras y pequeñas tablas en las que ir leyendo las posturas para entretenerse con truchas pequeñas y medianas que iban subiendo a la seca.
Las ninfas de moda entonces eran las polacas y las checas, y aquello era peor aun que pescar al hilo. Se salvaban las imitaciones de maravayu con pelo de foca natural y latex, que daba gusto ver como las cogían. Luego llegó el tungsteno y nada más se supo de aquellas ninfas. Igual este año recupero alguna.
De aquella lo normal era poner una seca y echar la tarde pescando al agua y a veces tirando sobre cebada.
Normalmente este recorrido llevaba unas tres horas, el tiempo justo para volver al coche, picar algo y hacer ya el sereno en la tabla bajo el puente de piedra, con una salida muy fácil hacia el coche una vez había oscurecido, justo por la otra orilla, y sin ningún terraplén traicionero de por medio.
Pero cuando el día no se da, no se da.
Así que ante la falta de picadas lo que normalmente eran tres horas se te queda en hora y media.
Y decides bajar directo a otro pozo unos 500 metros aguas abajo del puente de piedra donde está el coche aparcado. Es un pozo que está bastante tapado de árboles y en sombra casi perenne, donde sabes que siempre puede haber a medias aguas algún tiburón al que lanzarle alguna seca, ninfa o streamer.
Simplemente se trata de entrar con cuidado por la cola del pozo e ir vigilando desde la orilla.
Pero no. No hay nada rondando por allí.
A pesar de todo, ya de haber bajado, ¿por qué no probar a pasar una mosca bien gorda por la vena junto a las piedras de la otra orilla?
Ahí otras veces has clavado buenos peces, así que...
Sin mucha fe acabas echando una Usual en el 14 para allá y un tremendo "glub" te hace levantar la caña y casi caer al río del susto porque te ha cogido completamente en bragas.
Mal que bien consigues frenar la primera carrera hacia abajo y empiezas a sentir cabezazos sin moverse del sitio.
Y, de repente, un salto.
"Ostia, ¡una iris!"
Claro. Ya antes habías sacado alguna por allí, aunque casi siempre más arriba.
Y vuelven los cabezazos.
Y las carreras.
Y al final, pocos minutos después metes en la sacadera la que ha sido la trucha más grande de tu vida.
Una iris de 76 cm.
Y como lo que mal empieza es raro que acabe bien, te queda para siempre y hasta el día de hoy que la trucha más grande que has pescado jamás sea una iris.
¡Tú!, que eres un apasionado de lo autóctono...
A ver si esta temporada 2021 hay manera de romper de una vez la maldición...