Podría escribir un libro de pesca que se llamase "Encuentros con la Guardia Civil". Daría para unas cuantas decenas de páginas incluyendo únicamente mis peripecias varias con miembros del cuerpo.
Tenía trece o catorce años y no hacía tanto que me habían regalado mis padres mi primer equipo para pescar a mosca.
Lo había dejado en la casa del pueblo, en Piantón, porque ya a tan tierna edad era consciente de lo malísimo que era manejando dicho equipo y no estaba la cosa como para llevarlo a ríos en los que te pudieses cruzar con cualquiera, por vergüenza más que nada, así que solo lo usaba de vez en cuando en el Suarón, que era como una especie de coto privado para un par de docenas de pescadores y nos conocíamos prácticamente todos. Más cercana o más lejana, de hecho, la mayoría casi éramos familia. O vecinos de toda la vida, que casi es lo mismo.
Lo de que los vecinos de toda la vida son casi lo mismo que la familia se puede decir siempre que no haya habido previamente alguna de esas historias relacionadas con "mover os marcos", como diría algún gallego. Entonces ahí lo mínimo en cualquier encuentro era tirar de algún apero de labranza, los más pobres, o de motosierra, los más pudientes, porque en los pueblos las diferencias muchas veces se arreglaban de manera que a día de hoy saldría la cosa en los periódicos, y lo leeríamos pensando si se trata de una noticia real o fake.
Y pensarás que estoy exagerando, pero incluso a día de hoy, conozco a dos que llevan un hacha siempre en el maletero del coche como posible método de autodefensa en caso de necesidad.
Pero bueno, volviendo a la pesca, creo que esto ya lo he contado alguna vez. Mira si tenía poca idea que la primera vez que monté el equipo até el trenzado al final de la línea con un nudo de cirujano. Con dos cojones.
El caso es que siempre llegaba como loco a las vacaciones de verano, cuando acababa el colegio o el instituto, porque eso equivalía a estar en el pueblo más o menos desde San Juan hasta San Miguel. Y eso significaba jugar al fútbol todos los días con los amigos del pueblo, ir a la playa siempre que no lloviese, bañarse en el río todos los días a eso de las 9 de la noche, antes de subir a casa a cenar y todas las trastadas típicas de adolescentes y preadolescentes, ya que en las pandillas que se forman en pueblos pequeños con apenas 150 habitantes, te juntas en la misma pandilla con integrantes que van desde los 13 hasta los 20 años.
Pero también significaba poder usar el equipo de mosca una o dos veces a la semana durante dos meses.
Porque en la pandilla había otro par a los que también les gustaba la pesca, y muchas mañanas nos escapábamos un rato al río.
A cucharilla siempre conseguíamos sacar alguna trucha, uno de ellos pescaba a cebo muy bien, nos regalaban en la pescadería cabezas y tripas de pescado que usábamos para pescar anguilas, con ahogadas alguna vez salía algo y fue a mi al que le dió por probar eso de pescar a mosca.
Y lo de "pescar" igual es mucho decir.
La historia es que en vacaciones y a esas edades alcanzas un estado de abandono en el que con suerte sabes en qué día vives o corres el riesgo de terminar desayunando a la hora de la merienda y cenando a las cuatro de la mañana mientras los de la Teletienda te intentan vender la Roto-razer o cualquier otro gran invento similar. Porque no había tantos canales como ahora, y lo único decente que te podías encontrar a esas horas era alguna reposición de Juzgado de Guardia o las dos semanas que te ponían los conciertos del Festival de Jazz de San Sebastián o del de Vitoria. El resto era Teletienda o carta de ajuste.
Así que un día de esos de completo desorden horario, en tus felices quince o dieciséis años, decides que haces desayuno y comida todo en uno, y que como está el día nublado y sin nada de viento va a ser una buena tarde para dedicarla a eso de la mosca. Montas el equipo, te pones las Gaviota y te subes a la biciletita que hasta el río es todo cuesta abajo y no hace falta pedalear. Luego a lo mejor quedaba la bicicleta tres días donde la habías dejado, porque al terminar preferías subir hasta casa caminando en lugar de pedaleando, pero las cosas funcionaban así.
Y una vez escondida la bicicleta te preparas para meterte al río cuando escuchas el sonido inconfundible del Nissan Patrol blanco y verde y piensas que ya vienen estos a tocar los cojones, como siempre. Decía el padre del amigo ese que pescaba bien a cebo siempre que los veía: "a ver si hoy no traen puestos los calzoncillos de joder". Di tú que para el padre de este amigo los calzoncillos de joder los llevaban siempre, que él era el furtivo mayor del reino.
El caso es que al ver acercarse el Patrol ya te preparas para ir sacando todos los papeles y esperas con ellos en la mano hasta que llegue el consabido "buenas tardes, documentación". Da lo mismo que te pidan los papeles del coche, que el DNI, que la licencia de pesca. Creo que para que les diesen el visto bueno en la academia en aquellos años los dos únicos requisitos eran haberse aprendido esta frase y lucir un bigote como Dios manda.
La sorpresa siempre llegaba cuando lo que salía de debajo de los labios que se movían semiocultos por el bigote era algo diferente a la frase habitual. Algo como lo que dijo aquel día:
"Pero vamos a ver, ¿tú sabes qué día es hoy?".
Y te quedas pensando cómo coño le explicas tú a ese hombre que no, que no tienes ni la más remota idea de qué día es, pensando si estarás a 14 o a 23. Lo bueno es que con su habitual diligencia ellos mismos se encargan de traerte de vuelta a la realidad con solo dos palabras:
"¡Es jueves!".
Y piensas ostia puta la madre que me parió que ya la he liado.
Por suerte, la suma entre la cara de estupor de un crío de catorce años, más algún grano aquí y allá, las Gaviota con los parches y que se ve que ya las han reutilizado por lo menos tres generaciones y el flequillo que apenas deja que se te vean los ojos, el hombre del bigote se apiada un poco y te manda para casa con un definitivo:
"Mira, como se ve que todavía no habías empezado, vas a coger la bicicleta y vas a volver para casa con la caña desmontada, que nosotros no vamos a hacer nada, pero si pasa el Seprona o la guardería igual no tienes tanta suerte".
Y al final te toca subir pedaleando.