Desde siempre me han causado una gran atracción estética esos ríos que discurren plácidamente entre praderas de montaña, sin demasiada vegetación a su alrededor.
Como mosquero que empezó su andadura en ríos cerradísimos de bosque que cada tres lances enganchaba la mosca seis veces, pensar en pescar en ríos de pequeño tamaño donde el riesgo de enganchar la mosca en la vegetación fuese inexistente siempre me pareció un paraíso.
En su día pesque en Asturias alguno así, aunque no hay demasiados. Y también alguno en León. Donde más ríos hay de este tipo es en Pirineos, pero aunque me han invitado a ir un montón de veces la verdad es que me siempre me dio mucha pereza porque me quedaba lejísimos de todo. Desde Asturias una kilometrada del copón, y desde Madrid algo menos, pero también lejísimos.
En mi caso, pasé muchos años yendo a pescar caminando. O sea, salía por la puerta de casa ya vestido de pescador y llegaba al río en menos de cinco minutos. Tanto el Eo como el Suarón atravesaban fincas que eran propiedad de mi familia. Algunas las conservamos y otras se han perdido en expropiaciones para arreglar carreteras o en herencias con dos docenas de herederos. Pero viviendo en Piantón y en Vegadeo, llegaba al Suarón desde cualquiera de las dos casas en menos de cinco minutos caminando.
La finca que más nos dolió perder fue la que teníamos donde ahora está la zona de baños de Plantón. Bueno, no ahora, porque esa expropiación fue hace por lo menos treinta años. Antes de eso teníamos una especie de playa fluvial privada, con su catarata, presa de molino, trampolín y pozo en el río de dos metros de profundidad en el que nadar y zambullirse a gusto con los amigos o la familia. Luego eso dejó de ser nuestro y lo llenaron de parrillas, papeleras, bancos y demás, y ya quedó el acceso abierto a todo el mundo y bien señalizado, para que no faltase nunca su buena dosis de usuarios. Pusieron más parrillas que papeleras, eso sí, para que siempre haya una buena excusa para dejarlo todo bien lleno de mierda.
Pero perdóname, que me voy por las ramas y venía yo hoy a hablar de Barbellido. Porque desde que me mudé a Madrid se me puso a poco más de dos horas de coche uno de esos escenarios de pesca con los que siempre había soñado. Y aunque ahora hace ya cinco o seis años que no he vuelto, allí he tenido días maravillosos de pesca.
Especialmente el primero de ellos.
El viaje sin complicaciones. Y eso que el GPS me mandó por una carretera que era el trayecto más corto pero también el que más baches debía tener, así que lo comido por lo servido.
Para aparcar tampoco ningún problema. Subí hasta el refugio y allí dejé el coche.
Y una vez cambiado y disfrazado ya de mosquero, a bajar andando por la carretera hasta encontrar un camino que bajaba hacia un puente semiderruido y desde el que se accedía perfectamente al río.
La fase de disfrazarse de mosquero en mi caso incluye también la preparación de caña, carrete, línea y bajo de línea, y la elección de la mosca y el atado de la misma al terminal. Así que cuando llego al río simplemente tengo que sacar unos pocos metros de línea y ponerme a pescar. Ya lo dejo todo listo junto al coche.
La mosca elegida para mi primer día en Barbellido no tenía nada de particular, ya que es la primera mosca que suelo poner siempre que voy por primera vez a un río de montaña o alta montaña. Un tricóptero en el 16 o el 14, con el tejadillo en cdc khaki, cuerpo con una pluma de cdc retorcida en color caldera, hackle rubión, poste naranja y tórax en libre o ardilla. Así que como siempre, esa fue la elegida.
Y al primer lance, una trucha. Minúscula, pero trucha al fin y al cabo.
Y al segundo lance, otra trucha. Ésta algo mayor y que se me soltó por estar mentalmente en Babia y no en Barbellido.
Mira, yo nunca he sido muy de llevar la cuenta de las capturas en cada jornada de pesca. Durante años llevé un diario en el que apuntaba todo: número de peces, con qué moscas, temperatura del agua, temperatura ambiente, si el día había sido soleado, nublado, lluvioso... Todo.
Pero el número exacto de capturas solo lo apunté el primer año o año y medio, y después cambié a poner simplemente un bien, mal o regular en el apartado correspondiente a la cantidad de peces capturados, porque andar pescando y haciendo cuentas me causa cierta sensación de incompatibilidad.
Lo que sí hago es llevar casi siempre la misma cantidad de moscas, y de estos tricópteros llevo en la caja siempre media docena del 16 y media docena del 14. Es decir, doce en total.
Pues bien, desde el puente ese en el que accedí al río hasta donde tenía el coche debe haber por el río como dos kilómetros o dos kilómetros y medio, y cuando llegué a la altura del refugio, donde tenía el coche aparcado, ya hacía rato que venía preocupado por si me iban a llegar las doce moscas para todo el día, porque entre las dos o tres que perdí, las cinco o seis que me dejaron destrozadas y lo que quedaba todavía de día, ya que había empezado a pescar como a las 10:00 de la mañana...
Y efectivamente no me llegaron las moscas que llevaba de ese modelo.
Estuve pescando unas ocho horas más o menos, en tres tandas de dos horas y media o tres horas, con parada entre medias de cada tanda para comer, beber, mear y fumar un cigarro tranquilamente. Y no sé las truchas que subirían a por la mosca, pero diría que a la sacadera llegó una media de docena o docena y media de truchas por hora de pesca, y subir a por la mosca más o menos el doble.
Y digo mosca porque cuando se me acabaron los tricópteros esos empecé a usar unos ecdyonuridos en paracaídas en el 14 también con cuerpo con pluma de cdc retorcida, en este caso en color granate, y los resultados fueron los mismos todo el día.
Ahora bien, hay que tener en cuenta otras cosas, porque no todo fue perfecto.
He vuelto a Barbellido después de aquello unas cuantas veces más y en ninguna de esas ocasiones se me volvió a dar así la cosa.
Y luego hay otro tema terrible en el que no había pensado yo inicialmente cuando me imaginaba pescando ríos de montaña que atravesasen bucólicos prados en los que el mayor obstáculo que te puedes encontrar es una buena cagada de vaca.
Con lo que yo no había contado era con el viento y con el sol. Porque ese primer día apenas tuve nada de viento, pero otros días sí me tocó un vendaval que hizo que no aguantase ni dos horas en el río. Así que ese primer día, como digo, no tuve viento, pero sí tuve un sol de justicia desde por la mañana hasta última hora de la tarde, y no hay en todo el río un sitio en el que te puedas cobijar para ponerte aunque sea diez minutos a la sombra.
Así que me acordaré toda la vida de aquellas truchas de mi primer día en Barbellido, pero me acordaré también de las quemaduras en el dorso de ambas manos, que me duraron una semana y que fueron las culpables de que desde entonces lleve siempre conmigo unos de esos guantes sin dedos de protección UV. Y de que, además de llevarlos, los use con frecuencia.