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Salir del concesionario

15 de octubre de 2024
Comprarse un coche es una de las acciones más ruinosas que llevaremos a cabo a lo largo de nuestra vida.

Por un lado, es una fuente constante de gastos: gasolina, ruedas, cambios de aceite, cambios de filtros, seguro, repuestos varios, consumibles...

Y por si eso no fuese poco, por otro lado, en cuanto sales con él por la puerta del concesionario pierde automáticamente un porcentaje muy importante de su valor. Puedes hacer la prueba. Si te compras un coche y pagas por él, por decir algo, 20000€, mete la información sobre el mismo en uno de esos tasadores online a las dos semanas de tenerlo y tendrás suerte si te lo tasan en 15000€.

Con los artículos de pesca pasa un poco lo mismo. En general no te generan gastos adicionales, pero en cuanto sales de la tienda con ellos o te llega el pedido a tu casa, si quisieras venderlos, han perdido una parte importante de su valor.

Sí, hay alguna cosa que con los años se revaloriza, pero no es lo general. Si me pongo a pensar en cañas que cuesten a día de hoy en el mercado de segunda mano más de lo que costaban nuevas en su día se me ocurren cuatro o cinco modelos. Y eso suponiendo que encuentres a un comprador informado que sea consciente de que ese producto se ha revalorizado y que esté dispuesto a pagar el precio que pides, que no siempre sucede. 

Pero quitando algunas excepciones que podemos encontrar en cañas, carretes, tornos o lo que sea, el 99% de los productos de pesca una vez los has estrenado tendrás suerte si consigues venderlos por un treinta o cuarenta por ciento menos que su PVP. Incluso aunque estén "nuevos". 

Y esto hay muchas personas que no lo admiten.

He visto por ahí anuncios similares a éste casi cada semana:

"Vendo caña Rodney Power Cast, usada seis veces, en perfecto estado. PVP 469€. La vendo por 425€".

Pero vamos a ver, alma de Dios, ¿no ves que si lo que me propones es ahorrarme un 15% respecto a su PVP, me merece mucho más la pena comprarla nueva?

Si la compro nueva no voy a tener ningún problema en temas de garantía, tendré además los catorce días de derecho de desistimiento y estaré completamente seguro de que no se ha llevado ningún golpe con una bola de tungsteno o similar.

Me imagino que habrá quien compre cañas usadas con esos mínimos porcentajes de descuento respecto a su precio nuevas, pero a estos todavía les entiendo menos que a los que las venden.

Y luego, mis favoritos, son los que compran una caña nueva por 500€, luego la marca sube el precio de ese modelo a 650€, por decir algo, y el que la quiere vender de segunda mano toma el precio actual como referencia y no el precio al que él la compró.

Estos son unos jetas, claro. No se les puede llamar de otra manera.

Yo soy un firme defensor de la compra-venta de segunda mano, los intercambios y todo eso, pero claro, con jetas no se puede tratar. Lo mismo da si el jeta es el que quiere vender o el que quiere comprar.

En España tenemos una cultura de mierda en general en lo que se refiere a la compra-venta de segunda mano. En esto en Estados Unidos nos dan cien vueltas. Veo todas las semanas anuncios de cañas y carretes que si no fuese por el coste del envío y la aduana estaría comprando alguna caña, carrete o libro casi cada mes. Allí también hay jetas, claro, como en todos lados, pero en general los precios de los productos de segunda mano son mucho más justos que aquí y existe una conciencia general respecto a la pérdida de valor de un producto que ya ha sido usado. Aunque esté como nuevo.

Gestionaba hace tiempo un grupo de compra-venta de productos de pesca a mosca en Facebook y creo que hace como nueve o diez meses que ya no he vuelto a aprobar ninguna publicación de venta, porque la mayoría estaba claro que lo que querían era dar con algún incauto que le pagase por su caña, carrete o lo que sea, mucho más de lo que valía realmente.

Nada me gustaría más que conseguir que todos fuésemos un poco más conscientes de todas estas cosas y poder tener un mercado de productos de pesca a mosca de segunda mano mucho más racional, fiable y justo, pero claro, tampoco soy imbécil, y sé que en el país de la picaresca esto es prácticamente imposible.  

24 de diciembre de 2024
Pino del Río era otro de esos escenarios de pesca que, como ya he comentado, los que somos de determinada generación lo teníamos en un pedestal junto a otros escenarios famosos allá por el cambio de siglo. No me voy a tirar el rollo. Yo fui a pescarlo cuando ya no iba casi nadie porque sus mejores años, supuestamente, habían pasado. No me quiero imaginar como debía ser en sus mejores años, porque yo supuestamente fui cuando ya no estaba en su mejor momento y la verdad es que allí no sé cómo habría que hacer para que entrase una trucha más. Como solamente he ido una vez de este día me acuerdo bien, y no se me mezclan unas jornadas con otras como me pasa en otros sitios. Era a primeros de septiembre el día que me dejé caer por allí. Tuve suerte y salió un día de esos buenos con el cielo nublado, nada de viento, ni frío ni calor... O sea, que si me iba mal sería por mi propia incapacidad y no podría echarle la culpa a nada, porque al llegar ya vi que el río bajaba perfecto. Igual si estuviese conmigo alguien que lo pesqué habitualmente podría decir que estaba un poco corto de agua, pero para mi gusto, estaba perfecto. Así que me cambié tranquilamente y como ya llevaba decidido de casa con qué moscas iba a pescar, puse una de las dos con las que había llenado el portamoscas, para tenerlas a mano y no tener ni que sacar la caja del chest-pack. Era una efémera en el 18, con colas en indio avellanado, cuerpo con La Paleta 3279, brinca amarillo huevo, tórax en liebre en color anaranjado y alas en cdc natural brown. En cuanto bajé al río cerca del límite inferior y empecé a posar la mosca aquí y allá en las diferentes raseras que me iba presentando el río, las truchas iban subiendo a por la mosca casi en cada lance. Como ya me cogió en una época en la que mi vista no era ni de lejos lo que fue, pues hay que admitir que el porcentaje de éxito debía andar por el 33%, que es en lo que me suelo mover desde que estoy medio cegarato. De cada tres subidas, con suerte clavo una. Es terrible esto porque en lo único que diría que he destacado alguna vez como pescador era en el momento de clavar los peces. Durante años no fallaba ni uno. Salvo en el Aller y en San Isidro, claro, que ahí el ratio no llegaba ni al 10%. Tengo la suerte ahora que más o menos sigo pescando lo mismo que antes, porque aunque clavo muchas menos, me suben muchas más, así que lo comido por lo servido. Y este día en Pino del Río me sorprendió para bien que a pesar de no haber demasiado actividad, si más o menos posabas la mosca medio bien, donde se suponía que debía de haber un pez, pues te subía el pez. Hay quien prefiere pescar siempre sobre cebada, pero como yo aprendí a pescar en ríos en los que casi nunca veías cebadas, pues siempre me ha gustado más ir pescando al agua, suponer donde puede estar el pez, ver la mejor manera de ir presentando la mosca en esas posturas y confiar en que el pez esté donde se supone que debe estar. Y así fue pasando la mañana con las capturas sucediéndose y pasando las horas casi sin que te des cuenta hasta que el estómago te empieza a avisar de que hay que echarle un poco de gasolina al cuerpo, que está el depósito empezando a quedarse vacío. Y una vez hecho el repostaje, a pie de río y sin perder demasiado tiempo, había que volver a la pesca. Para la tarde decidí que utilizaría la otra mosca que tenía pensado usar ese día, también en el 18, con exhuvia, cuerpo y tórax en Fly-Rite 34 y alas en cdc natural khaki. La tarde se dió igual de bien que la mañana. En ningún momento más de cinco o seis lances sin que algún pez se moviese a por la mosca. Y como había pasado por la mañana, se pasaron las horas volando hasta que las miradas al reloj aumentaron de frecuencia y el fastidio por las casi tres horas de vuelta que me tocaría pasar al volante hicieron que más estuviese pensando en la carretera que en los peces. Seguramente para la mayoría de los pescadores esta habría sido una jornada estupenda de pesca, pero como también he comentado muchas veces, a mí esta pesca fácil me aburre un poco, y este es el motivo por el que no he vuelto nunca a Pino del Río. Una vez tachado de la lista, para mí ya está. Si me hubiese ido mal seguramente habría vuelto alguna vez más, pero si ya a la primera te vas con la sensación de que llevas pescando ese tramo toda la vida porque te ha ido igual de bien que en tus escenarios habituales de pesca, pues tampoco queda mucho misterio por desvelar. Y esto ha sido así durante los últimos seis o siete años, que son más o menos los que han pasado desde aquel día. El caso es que a partir del año que viene, como también he comentado, voy a hacer una vuelta a mis orígenes, es decir, pescar ríos pequeños y medianos, exclusivamente a seca, con cañas de 6'6" a 7'6" para líneas 2 o 3 y para este tipo de pesca, Pino del Río es un escenario ideal. Por este motivo, estoy seguro de que en mayo y junio y en septiembre u octubre, cada vez que me toque un día libre entre semana, voy a arrancar para allá siempre que pueda. Aunque sea para pescar solamente tres o cuatro horas. A lo mejor algún día me llevo una sorpresa y resulta que el día que yo estuve aquello no era lo normal y me toca algún día de truchas mucho más difíciles y me acaba envenenando, porque lo que es el río, me encantó.
23 de diciembre de 2024
Hay días que es mejor quedarse en casa. Ya lo sabes desde el mismo momento que estás empezando a cargar el maletero, pero como vienen amigos desde lejos te convences para tirar para allá a pesar de los kilómetros, del madrugón, de las horribles previsiones metereológicas... Tienes la cita a las 9:00 para desayunar en Mansilla de las Mulas, así que te levantas a las 6:00, preparas todo, de camino paras en una panadería de confianza para comprar bollos preñaos para todos y lo ideal habría sido parar en Ezequiel y cargar una tabla de embutidos, pero con ese tiempo mejor pagar el peaje del Huerna. Y el desayuno es lo último tranquilo, porque cuando llega el momento de empezar a ponerse el disfraz de mosquero hacen acto de presencia las nubes negras que te anuncian que esas horribles predicciones metereológicas van a cumplirse sin remisión. Y es ya casi a mediados de octubre. Es la despedida oficial a la temporada, así que no solo llueve, también hace frío. Mucho frío... Ese día en el Esla es el día que más frío he pasado en toda mi vida. Y yo no soy nada friolero, pero los 7-8° de temperatura ambiente, la lluvia incesante, por momentos un auténtico aguacero, y un vadeador que hace agua como si fuese un colador, más las siete u ocho horas empapado por fuera y por dentro de la ropa, me dejaron al borde de la hipotermia. Y entonces... ¿por qué ocho horas en el río? Pues porque nunca he visto tantas truchas cebándose sin parar en cualquier tramo del río sin un solo momento de pausa. Una cosa de locos. Yo soy de los que en esas circunstancias se aburre rápido si los peces van entrando a las moscas. Y de los que se envenena si la cosa está jodida y tres horas después de empezar has librado el bolo de milagro con un par de truchas palmeras. Así que distribuidos por el río en parejas, al que le tocó conmigo, que encima pesca mil veces mejor que yo, la cosa se le dió parecida. Otro par en las primeras dos o tres horas, aunque un poco más decentes. Y venga a llover. Ya ni cambias de mosca porque estás seguro de que si quitas la que tienes puesta, tal y como tienes los dedos, no vas a ser capaz de atar otra distinta. Pasas ratos de veinte o treinta minutos atechado debajo de las ramas de algún aliso porque por momentos jarrea que da gusto. Y en cuanto escampa un poco, vuelta al medio del río y a volver a lanzar a los peces esos que siguen cebándose. Con el mismo resultado. Y lo de atecharse no era solo por mojarse menos, que llegado cierto punto los árboles ya no tienes claro si te dan cobertura o te mojan más que si no te hubieses metido debajo. El tema es que con esa intensidad de lluvia cuesta un mundo a ratos distinguir lo que son cebadas de lo que son inmensos goterones. Así hasta pasar el día entero con media docena de truchas minúsculas y la sensación constante de que después de eso dejas la pesca para siempre. Pero todo lo malo es susceptible de empeorar, y como mi compañero ese día y yo nos quedamos cerca de los coches, a la tarde fueron llegando de vuelta las otras dos parejas. Y no podía ser menos, esto ya sabes cómo va, así que un par de kilómetros río abajo y otro para río arriba, donde estuvieron unos y otros respectivamente, apenas les ha llovido solo a ratos y los peces se han cebado igual, con lo que les ha ido mucho mejor en cuanto a número y tamaño. Vienen encantados los muy cabrones. Pero ya digo, todo es susceptible de ir a peor. Y cuando ya de vuelta al coche vas pensando en los cuatro bollos de chorizo que habías guardado en el bolso del impermeable para devorar al terminar la jornada de pesca, como las desgracias nunca vienen solas, están completamente empapados e hinchados, así que se quedan para deleite de algún pajarillo, hormiga, ratón o lo que sea que tenga la vista y el olfato para llegar el primero y tomarlos de merienda-cena.
22 de diciembre de 2024
De los ríos famosos de León el Porma es el que menos he pescado de todos ellos. Con diferencia. Tampoco es que haya pescado mil veces en los ríos más famosos de León. Al Esla sí he ido más, y luego el Omaña. Al Órbigo al menos iba dos o tres veces por año y al Luna y al Porma los que menos. Luego vuelvo al Porma. El caso es que hace mucho tiempo me había mandado uno de esos pescadores veteranos de León unos rayones envueltos en bobinas de hilo de montaje Sheer de Gordon & Griffith's y todos venían etiquetados con color y río: El verdín del Esla. El oliva del Órbigo. El carne del Curueño... Todos así. Eran diez o doce colores con sus respectivos ríos. Y uno de ellos era el Fanta del Porma. Pasaron muchos años antes de que supiese que aquellos rayones en realidad eran los famosos sedones de Toña. Y el Fanta del Porma era una especie de 3277 un poco subido de tono hacia el naranja, pero sin llegar ni de lejos a la tonalidad del 3279. Yo de aquella a los hilos les hacía el mismo caso que a cualquier otro material. Sí, ya tenía el 3277, el 3324, el 3281, el 3234, el 3236, el 3255, el 3256, el 3279 o el 3322 de La Paleta, el 300, 249, 662, 886, 139, 615 o 580 de Gütermann y algunas cosas más de Amman, Alikun, Castilla-Valencia y demás. Los tenía y los usaba, pero igual que usaba cualquier otro material. El tema es que aquel día en el Porma decidí que iba a usar el hilo ese que supuestamente era específico para allí y monté unas cuantas efémeras con alas y hackle gris medio unas, y avellanado otras. Y las emergentes en cdc. Porque en aquella transición del hackle al cdc hubo unos cuantos años en los que montaba con hackle y alitas la versión efémera de la mosca y con cdc la versión emergente. Lo demás supongo que sería cola en mismo color que el hackle y las alas y la brinca y el hilo de montaje amarillo huevo. Pues bien, aquel día, sin pescar ninguna trucha espectacular, fue de esos días en los que sacas un millón de peces con la misma mosca. No sé si el mismo 3277 habría funcionado igual, o algún color similar en Gütermann. Y no lo sé porque de aquella si llevaba puesta una mosca que daba peces, ya no la cambiaba. Lo de quitar la mosca cada vez que sacaba un pez y poner una completamente diferente hasta sacar el siguiente fueron experimentos que vinieron tiempo después. Como digo, no salió ningún pez fuera de lo normal que me haga recordar aquel día por alguna de sus capturas, y si el goteo de peces fue constante todo el día, tampoco es que hablemos de más de cien peces ni nada de eso. Serían tres o cuatro docenas como mucho. Por lo que sí recuerdo aquel día fue porque marcó el momento en el que las sedas y rayones pasaron de ser un material más a ser los auténticos vertebradores de mis cajas de moscas, y porque después de eso empezó la locura por conseguirlos todos. La primera lista de colores míticos que me habían dado me la había dado El Rubio, al que algunos de más edad quizás conociesen por su colección Lince o por la tienda de pesca que tenía en Gijón al lado de donde está ahora el Centro Comercial Los Fresnos, a tres minutos de mi casa de toda la vida. Y no sé si me voy a acordar de todos, pero como si lista de míticos era muy pequeñita, voy a intentarlo: 6, 7, 139, 156, 158, 162, 286, 300, 350, 449, 580, 615, 662, 900 y 977 si no recuerdo mal. Esos eran los que buscaba en las mercerías hasta aquel entonces. Después de ese día del Porma y de empezar a profundizar un poco más en aquello de los hilos de seda y rayón, la lista de míticos se amplió tanto que si la pusiera entera seguramente se me quedaría colgada la aplicación de notas del móvil en la que escribo los artículos. Y mira que ha resistido algún artículo largo de narices. Visto ahora en perspectiva diría que aprendí mucho a base de comprar sedas y rayones, hacer moscas con esos hilos e ir probándolas todas, pero a día de hoy, si tuviese que hacer una lista de mis míticos personales, creo que sería de larga más o menos como la de El Rubio, aunque combinando distintas marcas y no solo de Gütermann: - La Paleta 3277. - Gütermann 249. - Gütermann 431. - Zirayón 4122. - Amman 379. - Gütermann 580. - Gütermann 258. - Gütermann 615. - Gütermann 662. - La Paleta 3279. - Madeira 1939. - Gütermann 977. - Gütermann 896. - El Molino 254. - El Molino 277. - Fanta Castilla-Valencia. Lo que nunca supe, y siempre me habría gustado saber, es si a aquella lista tan cortita de El Rubio él llegó también después de haber probado mucho por sí mismo y quedarse con lo que mejor funcionaba. Porque así llegué yo a la mía y no me dejé influir demasiado por opiniones ajenas, sino solamente por prueba y error. Creo que esa debería ser la única forma válida de que cada uno tenga su propia lista de materiales míticos, sean sedas, rayones, dubbings o lo que sea.
21 de diciembre de 2024
El Purón es uno de esos pequeños ríos costeros asturianos con las truchas más hijas de puta que te puedes encontrar. A ver, depende del momento. Hijas de puta son de normal. Si vas en pleno verano con el río cortísimo de agua, un agua que es en algunos tramos completamente cristalina y en donde te puedes encontrar con palmo y medio de profundidad y que posas la mosca en un sitio y medio minuto después se ha movido diez centímetros, pues te puedes imaginar. Ahí quería ver yo a los que pescan siempre con el 0.18 de terminal. Que posas un bajo de siete metros terminado en un 0.10 y ya escapan escopetados todos los peces de la tabla. Es de esos sitios a los que vas una vez por conocerlo y ver qué tal es aquello, y lo más seguro es que no vuelvas más. Porque total... ¿Para qué? Pues esta fue mi única vez en el Purón. Me fui para allá un día por la mañana pensando en pescar al amanecer a ver cómo se daba la cosa. No tenía demasiadas referencias porque solo conozco a un par de personas que hayan pescado allí, y como me gusta ir a los sitios a descubrirlos por mí mismo y evito pedir cualquier referencia siempre que sea posible, pues aparqué donde me pareció y me puse a pescar donde buenamente pude. Y entiéndase por pescar únicamente la parte de ir lanzando y posando la mosca aquí y allá. Porque en unas tres horas de pesca el resultado fue cero peces. Y se veían truchas. No es aquello de que no pescas nada porque no quedan allí ni cuatro peces. En aquella época tenía truchas. Nada espectacular, pero las había. Empecé con lo de siempre para estos sitios: línea 2, bajo interminable, terminal fino y moscas diminutas. Pasó todo el catálogo: caenis, F-Fly, efémeras del 24 en toda la gama de colores, hormigas, plecópteros, tricodípteros que dicen algunos, dípteros, microninfas... De todo. El resultado fue el mismo: nada de nada. Así que a partir de ahí ya empiezas con los experimentos y les plantas delante de los morros un streamer, una chernobyl en el 10, un pardón, que con los pardones nunca se sabe y lo mismo da que sea pleno verano, moscas del 12... Todo lo que se te ocurre. Y el resultado sigue siendo el mismo: nada de nada. En estos sitios a los que vas una sola vez nunca sabes si era cosa de ese día en concreto o si es la tónica habitual. A muchos otros ríos he vuelto más veces para hacer la doble verificación, no vaya a ser que fuese cosa de aquel día en concreto, pero en este en concreto, al menos en la zona que estuve pescando, me sentí tan incapaz de conseguir sacar allí aquel día un solo pez, que se me quitaron las ganas de volver para siempre. Mira como sería la cosa que de allí me fui al Cares esa misma mañana y hacia el mediodía saqué un par de reos que me dieron las fuerzas suficientes para volver medio contento a casa. Algún día volveré al Purón. Aunque si no tenía referencias de aquella, no te quiero contar ahora, que no tengo ni la más remota idea de cómo podrá estar aquello de peces. Pero las cuentas pendientes hay que intentar saldarlas, y cuando me retire definitivamente de esta cosa de la pesca con mosca, me gustaría que no se me quede en el listado de sitios en los que he pescado, ningún río en el que no haya conseguido nunca sacar un pez. Y en ese listado está el Purón.
20 de diciembre de 2024
Durante unos cuantos años, mientras era estudiante, aprovechaba el mes de julio y el mes de agosto para quedar casi cada día con pescadores que venían de fuera a pasar unos días pescando reos en Asturias. Quedaba con amigos y conocidos del País Vasco, de Navarra, de Madrid, de Palencia, de León, de Galicia... Incluso con algunos de Estados Unidos, Francia, Irlanda, Inglaterra, Austria o Italia que ahora mismo recuerde. Incluso en aquellos años, que había muchos más que ahora, la pesca del reo siempre ha sido una pesca que puede resultar muy desagradecida. En la mayoría de las salidas de pesca lo normal era llevar a la mano uno, o ninguno. Sí, siempre había días o momentos concretos en los que se daba la cosa bien. Incluso algún día espectacular. Pero lo normal era que el riesgo del bolo estuviese sobrevolando siempre alrededor. Porque clavar dos o tres reos siempre entraba dentro de lo razonable, pero llevarlos a la sacadera para volver a liberarlos, era otra cosa muy distinta. Yo he tenido días de clavar siete u ocho reos y no sacar ninguno. Que todos se me soltasen o me partiesen el terminal. Y no tiene nada que ver con el equipo utilizado. Me partían y se me soltaban los mismos o más peces cuando los pescaba con cañas de 9' para línea 4 o 5 y terminales del 0.14 o 0.16 que cuando los he pescado con cañas de 9'6" línea 2 y terminales del 0.11. Los equipos han evolucionado mucho en los últimos treinta años, y para no perder peces, una SX de 9'6" línea 2 o una World Cup de 9'6" línea 2/3 con terminales de fluorocarbono actuales son herramientas mucho más eficientes que una Horizon de 9' línea 5 o una XP de 9' línea 4 con los terminales de la época. El caso es que en una de esas jornadas en las que se acercaba algún visitante y me acercaba al río a pescar un rato con ellos, para no complicarnos la vida, quedamos en el sin muerte de Arriondas, que no era lo mejor del río, pero sí de lo más cómodo para poder explicarle a alguien donde aparcar junto al río cuando no existía la opción de compartir la ubicación vía WhatsApp. Nos fuimos preparando a media tarde para cuando fuese terminando el desfile de canoas, kayaks y demás artefactos flotantes, y en cuanto se acercó el reloj a las siete de la tarde, nos fuimos metiendo al río. No había gran actividad en ese momento pero pescando a seca algún pez se fue moviendo y así fue pasando la tarde hasta que cuando estaba empezando a anochecer se empezaron a oír ya de lejos cebadas de algún reo escandaloso, y también a ver cebadas de esos que comen de forma mucho más sutil sin apenas armar alboroto y que, normalmente, suelen ser los peces de mayor tamaño. El caso es que la luz ya escaseaba, las cenas aumentaban y a nosotros no nos subía a la mosca ni un solo pez. Estábamos tres pescadores, pescando con distintas moscas, a unos quince o veinte metros unos de otros y nada. Ni un pez. Cuando te comes un bolazo en un sereno de reos porque llegas y resulta que al final no se mueve nada, pues te aguantas y punto. Pero cuando se ven peces cebándose todo el rato y los que estábamos allí, que más o menos sabíamos pescar, no conseguimos que nos suba nada, pues es raro. Aunque sea un solo pez por equivocación, ¿no? El caso es que yo en aquella época, cuando ya no veía la mosca, ponía siempre una Deep Sparkle Pupa, porque así todo era lanzar y recoger. Y con esa mosca sí que tuve dos toques de dos peces diferentes aunque ninguno se llegó a clavar. Así que salimos del río comentando la jugada y llegando a la conclusión de que estaban comiendo justo debajo de la superficie. Ya sabes, sesudas reflexiones del mosquero corriente cuando sale del río después de que le haya ido regular o mal. Pero al llegar a donde estaban aparcados los coches, que ya había luz gracias a un par de farolas, vimos que todos teníamos una especie de verdín pegado a los vadeadores, así que nos acercamos al río con la linterna y vimos que bajaba una especie de vegetación verde oscura que cubría toda la superficie del agua. O sea que sí, estaban comiendo justo bajo la superficie, pero no por selectividad, sino porque en la superficie bajaba flotando aquella cosa verde que ninguno fuimos capaces de adivinar a qué obedecía. Nunca me había pasado eso y nunca me ha vuelto a pasar, aunque comentándolo luego con un supuesto conocedor del río, me dijo que a veces allí había pequeñas variaciones de nivel, de unos pocos centímetros, y muy de Pascuas en Ramos, pero que cuando pasaba solía arrastrar vegetación y suciedad. No tengo ni idea de si es verdad esto último, pero lo que sí sé es que aquel atardecer, si nos hubiésemos molestado en fijarnos bien, en lugar de lanzar y lanzar a todo lo que se movía, a lo mejor nuestras posibilidades de haber capturado algún pez habrían sido mayores.
19 de diciembre de 2024
El Río de San Isidro es un afluente del río Aller que discurre en buena parte junto a la carretera, a medida que sigues ascendiendo el puerto camino de la cima y la frontera con León. Se une al Aller en Collanzo, y la unión de ambos ríos marca más o menos el límite superior del famoso, en sus años, coto del Aller, y unos kilómetros aguas arriba, en Los Llanos, está el límite inferior del coto de San Isidro. Los primeros ciento cincuenta o doscientos metros son comodísimos para pescar a mosca y a partir de ahí el río discurre siempre entre vegetación, en algún caso muy cerrada, que hace que en algunas zonas no se pueda ni lanzar, y tengas que ir dejando alguna pequeña parte sin pescar y esas cosas. O al menos así era hasta la última vez que fui, que ahora a saber cómo estará aquello. Igual les ha dado por podar todos los arboles y arbustos, canalizar una parte o cualquier cosa. Ya se sabe que en los ríos asturianos te puedes encontrar cualquier cosa de un año para otro. Entre la afición de sus gobiernos por meter las excavadoras en medio del río y esas ideas peregrinas que circulan entre muchos pescadores, que lo mismo te dicen que no hay truchas porque con la maleza no da el sol en el río o lo contrario o alguna cosa así, pues lo mismo paso por allí y resulta que lo que era río ahora es un canal. Espero que no. Pero aunque haga muchos años de la última vez que fui, voy a hablar de la primera vez que fui a pescarlo a mosca. Yo de aquella pescaba fundamentalmente en ríos pequeños y muy pequeños de media y alta montaña, como ya he comentado alguna vez, y ese tipo de pesca se me daba relativamente bien. Pescaba el 80% del tiempo a seca, un 10% a ninfa y otro 10% en tándem. Los streamers eran solamente por si había riada. Así que aquella primera vez aparqué casi justo al lado del puente que marca el límite inferior, entré a tomar algo a un bar en el que paraba desde niño cuando salía con mis padres para ir de monte, que era casi todos los fines de semana desde primavera hasta otoño, y luego ya me cambié y me puse a pescar. O mejor dicho: "a pescar". Porque claro, lo de pescar se supone que implica el engaño y la captura de algún pez. Y yo para la primera parte, la del engaño, no tuve mayor problema. En esos doscientos primeros metros de coto, donde había terreno despejado, me debió subir a por la mosca docena y media de truchas. No clavé ni una. Pero ni rozarlas. Así que lo del engaño, bien. Pero lo de la captura, fatal. Son las truchas más endiabladamente rápidas a las que jamás me he enfrentado. Lo peor de todo es que justo en esa parte había varias pequeñas tablas con el agua ultra clara que permitía ver a la perfección como salía un pequeño misil pegado al fondo en dirección a la superficie, y volvía a la misma velocidad otra vez hacia el fondo sin que ni siquiera me diese tiempo a intentar levantar la caña. Y esto me pasó con 19 o 20 años, que tenía reflejos, estaba ágil y veía de la ostia. Si voy hoy y me pasa lo mismo a lo mejor salgo de allí pensando que no hay ni un pez, porque seguramente ni las vería. Así que pasados esos primeros doscientos metros ya había asumido que ese día iba a ser bolo, porque si esa era la velocidad a la que todos los peces allí subían a por la mosca, como no se clavase alguna sola, yo no tenía nada claro que fuese a ser capaz. El caso es que cuando me metí entre la maleza no sé si fue porque esa zona casi nadie la pescaba a mosca o porque ya se parecía más a lo que yo estaba acostumbrado a pescar, fui consiguiendo sacar alguna truchita aquí y allá que me sirvieron de acicate para volver algunas cuantas veces más al coto de San Isidro. No es un sitio que haya pescado muchas veces. Diría que no más de cinco o seis. Durante algunos años iba una vez por temporada. Y todas las veces fue lo mismo. Truchas rapidísimas que en muchos casos eran dificilísimas de clavar. Y la última vez que fui ya estaba en la efervescencia de la pesca al hilo, los perdigones y demás, que hicieron que un sitio en el que me costaba Dios y ayuda clavar un pez, se volviese un lugar aburrido por la facilidad con la que se sacaban peces allí pescando al hilo. Para 2025 me estoy haciendo un listado de lugares a los que hace mucho tiempo que no voy, casi todo en ríos de este tipo, muy pequeños y en plena montaña, y a los que quiero volver. San Isidro está entre ellos. Si fuese de los que van a pescar con la GoPro en el pecho seguro que daba el vídeo para unas cuantas visualizaciones viendo como van subiendo peces a por la mosca y como el pescador, en este caso yo, no clava ni una.
18 de diciembre de 2024
Con el cambio de siglo se pusieron en Asturias tres cosas de moda: los cachopos, los paseos del colesterol y los cotos sin muerte en tramos urbanos. Lo del cachopo no sé muy bien a qué obedece. Yo me acuerdo de oírlo en casa y comer alguno ya siendo niño, así que los que dicen que es un invento de hace cuatro días pues creo que se equivocan un poco, si bien tampoco entiendo la efervescencia que se generó de repente alrededor de una milanesa rellena. Lo de los paseos del colesterol, para el que no sepa a qué me refiero, que se fije en cualquier pueblo asturiano por el que discurra un río y verá como en una de las orillas, o en las dos, se hizo en su día un paseo para que los jubilados y los runners pudiesen ir a gastar zapatilla. Lo de los cotos urbanos fue una efervescencia similar a la del cachopo. ¡Si hasta hicieron uno en mi pueblo! Uno de los que más me gustaba estaba en Luarca. No era el que tenía más truchas, ni las más grandes, aunque alguna buena había, pero no sé por qué era el que más me gustaba ir a pescar. Bueno, en realidad creo que sí sé por qué. Era un río ideal para ver los peces y poder pescar a ninfa a pez visto. En otros ríos con una tipología diferente no se me daba demasiado bien, pero en este río en concreto pescaba así de forma preferente. Casi me gustaba más pescarlo así que a seca. Y hay veces que recuerdas jornadas de pesca y hay veces que recuerdas un único pez por lo especial que fue esa captura. De este río recuerdo especialmente un pez, una ninfa y el material con el que estaba hecha. No sé por qué me dió un día por pescar allí con gammarus y me funcionaron de la leche, así que desde entonces siempre lo pescaba con una imitación de gammarus montada en anzuelo curvo con ice dubbing de Hareline en color tan en la parte trasera y delantera y color shrimp pink en el medio. No me acuerdo bien como era aquello de que los gammarus se volvían rosados o anaranjados por la acción de unos parásitos o algo así. El caso es que siempre funcionaban bien con ese dubbing rosa de ice dubbing de Hareline, ya fuese haciéndolos completamente con ese material o poniendo un poco hacia la mitad del cuerpo. Y volviendo a la trucha, era uno de esos peces que ves comiendo pegados al fondo y que les pasas la mosca por delante dos docenas de veces y no hace ni caso, así que vuelves a probar una y otra vez lanzando aguas arriba, lanzando desde un lado, desde el otro, aguas abajo... Cambiando el grosor del terminal, alargando el bajo, acortándolo... De todo. Y de repente, en uno de los lances cuando el pez ya te ha aburrido a tí en lugar de haber aburrido tú al pez, abre la boca, clavas y pez a la sacadera. ¡Y no tienes ni puta idea de por qué! Piensas que lo has hecho todo igual todas las veces, pero está claro que ha habido algo que no. Es la misma ninfa, y en algunos lances se apartaba de ella, pruebas con otras, vuelves a la primera, sigue sin hacerle caso, y cuando ya estás lanzando por lanzar, casi sin prestar atención, ahí tienes al pez. Por cosas como ésta muchas veces pienso que lo mejor que podemos hacer mientras pescamos es no pensar demasiado. Cuando no piensas y lo haces mecánicamente, o por instinto, muchas veces los resultados son mejores que cuando te estás comiendo la cabeza. Y otra cosa que pienso es que en su día mucho criticar los cotos sin muerte asturianos y mucho publicar artículos en revistas diciendo que eran un asco, pero al final allí iba todo el mundo. Los que escribían esos artículos casi eran de los que más iban. Y además sirvieron para normalizar la pesca sin muerte, ponerla a la vista de todo el mundo, en una región donde todavía la mayoría de los pescadores son de esnuca y contenedor, porque si todavía las comiesen, sería algo, pero la mayoría acaban en la basura.
17 de diciembre de 2024
De pequeño escuché unas cuantas veces decir que el Navia podría haber sido el mejor río salmonero de Europa. Alguno incluso decía que lo fue. Claro, esto se lo escuchaba decir a personas que ya tenían 80 años hace décadas, y seguramente ellos lo habrían escuchado de sus mayores, porque el embalse de Doiras se construyó en los años 30 y el de Grandas en los años 50, si no me equivoco. Y el que definitivamente mató el río como río salmonero fue el de Arbón, que quedó operativo a finales de los años 60 o principios de los 70. Y digo que mató el río desde el punto de vista del salmón, porque truchas, cuando yo lo pescaba, tenía muchas. Y en algunos sitios muy gordas. Entre el embalse de Doiras y el de Grandas saqué una de las mayores truchas que he pescado, si no la mayor. A spinning, eso sí, que no tiene en esa zona unas orillas muy agradecidas para pescarlo a mosca, y yo soy de esos pescadores que no están aferrados a una única técnica de pesca, sino de aquellos que utilizan la técnica que mejor se adapta al escenario. Y hoy quería hablar del coto que había por debajo de la presa de Arbón. Lo primero de todo: no vayáis a pescar ahí. No hay ningún otro lugar de pesca en España que yo conozca en el que te juegues tanto la vida como ahí. Estás a los pies de la presa, que no avisa cuando empieza a soltar agua a lo loco y el cambio de nivel a veces era de tres o cuatro metros. Yo creo que fui tres veces y en ninguna de esas veces me alejé más de 30 metros del punto por el que entraba y por el que tenía que salir en caso de que abriesen la presa. Nunca la abrieron estando de pesca allí, pero si me pasó una vez de llegar y no poder pescar porque estaban echando agua, y ya digo que la diferencia era de unos tres metros de agua o más. Por no hablar de la fuerza que llevaba. Los que lo cogían para pescar salmón, lo pescaban desde fuera del río por su margen derecha, pero si lo que querías era ir a pescar truchas y reos a mosca lo más conveniente era acceder por un camino empinadísimo que bajaba hasta la orilla del río por la margen izquierda. Si tenías un todoterreno podías bajar con él hasta el río y aparcar allí mismo, pero si tenías un Ibiza te tocaba aparcar en la carretera y bajar andando, que no era para tanto, pero la subida al terminar era demoledora. El caso es que uno de esos pocos días en los que pesqué allí pude asistir al momento de mayor actividad frenética que he visto nunca en ningún río que haya pescado. Fue asomar al río y ver un mar de cebas absoluto por todas partes. Una cosa de locos. Solo pescando las dos tablas que estaban justo por debajo y justo por encima del punto de entrada, y solo pegado a la margen izquierda, sin alejarme de la orilla más de diez metros, era sacar un pez tras otro, y algunos de buen tamaño. Pero sabiendo en lo que se podía convertir aquello si la presa empezaba a soltar agua fue imposible disfrutar de una sola de las capturas y ahí fue cuando decidí que hay lugares a los que no merece la pena ir a pescar, porque si tienes que estar cien por cien alerta para no estar en peligro, creo que no hay un solo pez en el mundo que merezca eso. El Trubia es otro río al que dejé de ir a pescar hace un millón de años porque en muchos sitios era un canal que si había desembalse se convertía en una ratonera de la que no ibas a poder salir. Así que viendo lo que vi aquel día en el Navia, y sabiendo lo que sabía porque se lo había oído contar a mis mayores, algunos de la generación de mi abuelo o de mi bisabuelo, no soy capaz de imaginar lo que pudo haber sido ese río antes de que lo jodiesen a base de embalses. Me imagino que será una sensación parecida a la que sienten los que pescaron en Riaño antes de que construyesen el embalse. Solo que en el Navia también había salmones y reos. Ya vamos tarde para todo, porque yo el salmón en España lo doy ya por extinguido hace años, pero durante cierto tiempo una de las cosas que más deseaba en relación con la pesca fue que hiciesen algo en el Navia para que volviese a ser una centésima parte de lo que fue. Por mucho que hiciesen ahora ya no valdría de nada seguramente, pero no por ello quiero dejar pasar la ocasión para hacer la reclamación más justa en relación con la pesca y el medio ambiente de todas las que he conocido: ¡Arbón Demolición!
16 de diciembre de 2024
Seguro que todos los que me conocen, en cuanto han visto el título de este artículo, han pensando que hoy la cosa iría de reos. Siento decepcionaros. No recuerdo en qué año fue esto, pero sí sé que fue el año que abrieron como libre sin muerte el tramo del río Narcea que atraviesa Cangas de Narcea. Yo no había pescado nunca ese tramo. Ni siquiera recuerdo ahora mismo si antes de ser libre sin muerte estaba abierto a la pesca o estaba vedado. Sí sé que la primera semana de aquella temporada nos fuimos para allá a conocerlo otro amigo y yo. Además era la época en la que yo era un tarado absoluto de la pesca con mosca y el montaje de moscas. Salía a pescar como mínimo cuatro días por semana y nunca era suficiente. Y durante el invierno pasaba un poco lo mismo, me dedicaba a hacer miles de moscas para llenar las diez o doce cajas que llevaba encima en cada salida de pesca y las probaba todas. Claro, probaba una o dos de cada modelo, así que a final de año tenía cientos de moscas que no habían salido de la caja. Aquel invierno lo había pasado haciendo muchas moscas para técnicas de pesca que no dominaba o a las que nunca les había hecho mucho caso. Y una de esas técnicas era la pesca con mosca ahogada. No a nuestra manera, sino a la manera de los ingleses. Lo del down and across, las spiders, las North Country Flies y todos esos rollos. Empezamos a pescar en un pozo que había bajo un puente, más bien hacia la parte de abajo, y ahí empezamos pescando a seca. Esto ya nos vino bien porque otra de las cosas que había estado probando ese invierno era a hacer un montón de moscas con rayones de Marruecos, que había recibido un buen alijo tiempo antes y nunca les había prestado la atención que merecían, así que al amigo que iba conmigo le había dado unas efémeras hechas con el 4122 de Zirayón y yo estaba probando otras hechas con un rayón marroquí que prácticamente era clavado al 4122 verdoso, para ver si había diferencia entre ellas. Y no, no la había, porque íbamos alternándonos y más o menos íbamos sacando los mismos peces. Una vez comprobado eso le dejé a él en ese tramo pescando a seca y yo me fui unos pocos cientos de metros aguas arriba, para probar lo del down and across, que viene a ser lanzar en diagonal aguas abajo, y dejar que la corriente vaya moviendo las moscas hacia la postura donde suponemos que deberían estar los peces. Eso con una, dos o tres moscas ahogadas, según el gusto de cada uno o las necesidades del tramo. Como de aquella no tenía ni idea, pues decidí poner dos moscas, que parece que cuando te quedas en el medio estás haciendo las cosas bien, aunque no siempre sea así. Para los que conozcáis Cangas del Narcea, me puse donde se junta el Narcea con el Naviego, en la orilla contraria a la del Naviego, para ir pescando aguas abajo todas esas corrientes que hay allí. No tengo ni idea de qué configuración de bajo puse, ni de la caña, carrete o línea que estaba utilizando ni de nada, pero de lo que no me olvidaré nunca es de las moscas que elegí atar al terminal, porque tanto una como la otra me dieron varios peces pescando con ahogadas aguas abajo en ese tramo de corrientes. Una era una Wickham's Fancy y la otra una Stewart's Black Spider. Las dos moscas me dieron varias capturas, aunque también es cierto que varias de esas truchas de me soltaron antes de llevarlas a la mano. Pero aunque se me soltasen, el hecho de ver que pescando así se conseguían capturas fue como si se me iluminase una bombilla. Para ver si era cosa de las moscas en concreto o si era la novedad del sistema, probé una Soldier Palmer en lugar de la Wickham's y los resultados seguían siendo buenos. Y luego sustituí la Black Spider por una Black Zulú y más de lo mismo. No era un espectáculo de esos de sacar un pez detrás de otro, pero sí que se iban sucediendo picadas aquí y allá. De esto tampoco me acordaba, pero como de aquella llevaba diarios de cada salida de pesca, el número de capturas con cada mosca y esas cosas, pues he mirado en la libreta. De paso he visto el año, pero como es de esas cosas que de repente nos hace sentirnos viejos, esa parte vamos a dejarla estar. Yo siempre había oído y había leído que pescar con ahogadas así en nuestros ríos en España no daba demasiado buen resultado, y empecé a pensar que o bien no se había intentado lo suficiente o bien todos se equivocaban. Esto pasa a menudo cuando de repente a tí te funciona algo que a la mayoría no le ha funcionado. Y nos creemos más listos que nadie como si hubiésemos inventado la rueda. Pero la rueda ya está inventada, y ahora, viendo aquella jornada con el tiempo y transcurridos muchos años, achaco más el éxito de aquel día pescando con ese tipo de ahogadas al hecho de que fuese uno de los primeros días de la temporada, que coincidió con un momento de actividad alto de truchas que apenas habían tenido presión de pesca y que la suerte también debió tener algo que ver. Y no digo que las ahogadas no pesquen en nuestros ríos si tratamos de poner en práctica esta técnica tan de las Islas Británicas. Sucede lo mismo que con cualquier otra técnica, y tiene sus momentos. A lo largo de todos estos años no he dejado nunca de llevar una docena o dos de moscas ahogadas en la caja. A veces para pescar así, y otras veces para usarlas combinadas con alguna ninfa o alguna seca. Lo que sí es cierto es que salvo la Black Spider y la Partridge and Orange, abandoné hace tiempo todos esos montajes clásicos ingleses, galeses, irlandeses o de donde fuesen originalmente, para utilizar otro tipo de moscas ahogadas, generalmente en montajes tipo soft hackle con cuerpos peludos de foca, liebre, topo o similar y hackles de plumas blandas como gallina, becada, urogallo o estornino. Con una o dos docenas de estas moscas tengo de sobra para todo el año y se hacen en una hora o dos, así que para el esfuerzo que requieren y el resultado que pueden llegar a dar, no está de más que tengan reservado un lugar en la caja.
15 de diciembre de 2024
Yo soy pescador a mosca porque siendo un niño y estando de camping en Carrizo con mis padres y los vecinos de toda la vida de Gijón, vi allí mismo a un francés pescando a mosca y desde el primer momento sentí que aquello quería hacerlo yo. Y más todavía porque a aquel buen hombre no se le ocurrió otra cosa que acercarse a la orilla cuando me vio que llevaba un buen rato mirándole y empezó a enseñarme unas moscas que me dejaron absolutamente fascinado. Cuando algo se te mete en la cabeza desde que tienes seis o siete años, y pasando el tiempo sigue ahí, es muy difícil ya de que se olvide. Desde aquella primera vez en la que vi a alguien pescando a mosca en el río Órbigo hasta que pude ir a pescar ese mismo tramo con cierto conocimiento de causa, pasaron un montón de años. Los que van desde la EGB hasta la Universidad, básicamente. Y fui a Carrizo unas cuantas veces. Para los que siempre han tenido ríos trucheros a una buena kilometrada, quizás no les parezca tanto ir de Gijón a Carrizo y volver en el día, pero para los que siempre tuvimos ríos trucheros a media hora de casa, o atravesando los prados en los que jugabas desde niño como me pasaba cuando estaba en el pueblo, pues salir para Carrizo a las seis de la mañana y estar de vuelta a la una de la madrugada, era una pequeña locura que me concedía dos o tres veces por año. Porque siempre me gustó más pescar por la mañana y al atardecer que en ningún otro momento, así que me metía el madrugón, pescaba hasta el mediodía, comía como si no hubiese un mañana y echaba una siesta interminable para pescar después toda la tarde y quedarme hasta que empezaba a hacerse de noche. Y siempre iba a finales de mayo o principios de septiembre. Junio, julio y agosto siempre fueron para los reos. Podría contar un montón de cosas, pero me voy a quedar con un día de mayo porque siempre prefiero quedarme con jornadas que por el éxito o el fracaso han supuesto algún tipo de aprendizaje. Y en esta en concreto, hubo a partes iguales éxito y fracaso. El año anterior había tenido allí una jornada de pesca con un amigo leonés y dos amigos navarros. Aquel día no me podía quedar hasta el sereno porque tenía que estar de vuelta en Asturias no muy tarde, así que a eso de las siete de la tarde yo me fui. Durante esa jornada, tres de nosotros habíamos estado pescando al agua a seca y a ninfa y habíamos ido sacando peces aquí y allá, pero uno de los navarros se había pasado el día entero recechando dos truchas enormes a ninfa a pez visto sin gran éxito, mientras yo estuve allí, pero cuando ya me había ido tuvo la pericia de por fin conseguir engañar a una de esas truchas, de las de 60 centímetros, y ya de vuelta en Navarra me mandó por email la foto de la trucha y eso me hizo pensar que muchas veces la paciencia y la perseverancia tienen premio, y que si pescando a ninfa a pez visto los premios podían ser de ese porte, quizás merecía la pena dedicarle el tiempo necesario. Así que el primer día que pude ir al año siguiente tenía muy claro que iba a ir a pescar la misma tabla a la que él había dedicado todo el día y que lo haría igual que le había visto hacer a él. Monté unas cuantas ninfas que me parecieron adecuadas para intentarlo de ese modo, en variados pesos y tamaños, y una vez puesto el disfraz de mosquero me dediqué primero a recorrer las orillas buscando la presa adecuada. Una vez localizada una zona concreta con alguna trucha de buen porte comiendo esporádicamente a medias aguas, me metí tranquilamente al río dejando una distancia prudencial de seguridad y me fui posicionando lentamente para tratar de no espantarlas o, en caso de hacerlo, estar en la posición adecuada para esperar a que regresasen a su postura. Sucedió la segunda opción, que me tocó esperar bien quieto a que volviesen a posicionarse. Tampoco me era nada ajeno, puesto que con los reos me pasaba esto infinidad de veces. Se volvían desconfiados o se espantaban al meterme al río, pero después de estar una hora quieto en el sitio, los volvía a tener alimentándose a pocos metros de mi posición. Ahí tienes que hacer todo a cámara híper lenta. Cualquier movimiento brusco que delate tu presencia echa por tierra cualquier opción que tengas de poder presentarles tu mosca, así que eso lo tenía entrenado. Lo que lo tenía nada entrenado era lo de pescar a ninfa a pez visto, así que me pasé un buen rato lanzando y tratando de interpretar los movimientos del pez para suponer cuando estaba tomando mi ninfa y clavar en ese momento. En todos estos intentos el fracaso fue rotundo a pesar de múltiples cambios de ninfa e intentos de todo tipo, así que decidí probar de otra manera y puse una ninfa bien visible, una pupa de tricóptero en color crema, y decidí que lo que iba a hacer era observar la ninfa y si en algún momento dejaba de verla, clavar. De este modo, las horas de fracaso anteriores se convirtieron en un éxito limitado, ya que conseguí una captura, si bien no era en absoluto uno de los peces que pretendía capturar. Pero por algo se empieza. Fui probando de este modo en distintos puntos de las dos tablas a las que estaba dedicando el día y llegué a ese punto en el que piensas que ya le has cogido el tranquillo, porque además de la captura inicial has ido consiguiendo alguna captura más aquí y allá. Así que cuando crees que ya más o menos te defiendes, una vez has cambiado el sistema, decides que vas a volver a por las grandes. Ya ha pasado buena parte del día pero todavía quedan horas de luz y esta vez no tienes prisa por volver a casa, así que toca otra vez tirar de sigilo y paciencia hasta que una trucha de las que habías ido a buscar se pone a tiro. Lanzas con toda la discreción y suavidad de la que eres capaz para que la ninfa entre al agua unos dos metros por encima de la posición del pez y que así llegué a su altura a la profundidad adecuada y de repente dejas de ver la ninfa. Y clavas. Y el agua explota de repente y toda la calma que habías ido trabajando durante toda la jornada de convierte en una mezcla de nervios, ilusión y satisfacción que salta en pedazos cuando tú terminal queda hecho añicos y el pez que habías clavado no te ha dado ni diez segundos de pelea antes de partir el fluorocarbono igual de fácil que tú o yo podríamos romper en dos mitades una hoja de papel. Lo bueno de estos días, aunque te vuelvas a casa con más sensación de fracaso que de éxito, es que te han servido para aprender algo. Y todo aprendizaje se puede poner en práctica más adelante, así que nunca está del todo mal asumir los fracasos sabiendo que en el futuro podrás sacar partido a lo aprendido. Seguramente habrá algún pescador al que todo le salga siempre bien a la primera, pero para la mayoría, no nos queda otra que ir cagada tras cagada hasta que después de muchas grandes cagadas, conseguimos algún pequeño éxito. Yo siempre pienso que si la pesca no fuese así, no nos gustaría ni la décima parte de lo que nos gusta.
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