Cuando uno se convierte en pescador a mosca, incluso en pescador en general, conviene aprender a asumir pronto que saber de todo es imposible.
Cualquiera de los campos relacionados con la pesca con mosca que cojamos, puede suponer el trabajo de toda una vida si lo que queremos es adquirir unos conocimientos un poco más profundos.
Da igual si hablamos de la gestión de los ecosistemas acuáticos, la entomología, el lanzado, el montaje de moscas, los viajes de pesca o la pesca en sí misma.
Puedes ser bueno en una cosa, quizás incluso en dos, pero ser bueno en todas ellas es imposible.
Cuando me di cuenta de esto, lo primero que aparté de mi camino fueron las cosas que más me aburrían, así que la práctica del lanzado sobre césped y la entomología fueron las dos primeras cosas por las que perdí todo interés.
La siguiente cosa que aparté del camino fue la pesca del salmón a mosca.
Como muchos otros por aquella época, en la que pescar un salmón no era nada descabellado puesto que se pescaban miles por temporada, me fui a Oviedo a Collín y compré la Fishing Bear aquella de 15' y tres tramos con la que muchos tratamos de iniciarnos en la pesca del salmón a mosca, y pedí a Lake and River el carrete STH más grande que tenían en el catálogo. Una línea DT flotante del 11, que era lo que había, y al río con una docena de Marías Peludas, Verdes Montaña, Black Doctor, Silver Doctor, Blue Charm, Rusty Rat, etc.
El caso es que el primer problema que me encontré fue el de la presión de grupo, por decirlo de alguna manera. El primer día que me acerqué al Narcea, a La Isla, llegué para el sorteo de la media hora y ni me atreví a decirle a nadie que me metiesen a mi en el sorteo también.
Solo podía pensar: "ostia, imagínate que me toca el primero o el segundo y les jodo la varada a todos estos". Con suerte me tirarían al río. Sin tanta suerte nos tirarían al río a mí, al equipo de pesca, el coche e incluso a algún familiar, conocido o amigo si andaba alguno cerca.
Así que fui unos cuantos días solamente a mirar.
Cuando me cansé de mirar, seguía sin juntar el valor para apuntarme a ningún sorteo de la media hora, pero ya me atrevía a empezar a ir al río a intentar pescar, eso sí, yendo a los peores sitios y a deshora, tratando de que no hubiese nadie a quien pudiese molestar o incordiar.
Me acuerdo un día por la tarde en El Texu que llegó uno y me pidió la media hora. Le dije que se pusiera ya directamente del pánico que me entró a tener a alguien mirándome media hora allí plantado mientras malamente conseguía poner la mosca donde más o menos quería.
Pero bueno, a base de andar escondido y pateando río buscando sitios donde no hubiese nadie, poco a poco fui capaz de ir poniendo la mosca medio bien donde quería ponerla. Claro, nada que ver con ahora. No había ni speys, ni snaps ni pollas. De eso por el río no veías nada. La técnica era sencilla para lanzar con aquellas líneas DT, tirabas todo "pa'atrás", pausa, y luego todo "pa'alante".
Otra cosa buena es que llegué a conocer el río mejor de lo que yo mismo podía creerme, que para el salmón nunca me sirvió de mucho, pero haciendo el ganso con la caña de salmón iba viendo cada día posturas de reo a las que nadie iba, donde se podía intentar pescarlos incluso con el río alto y muchas más cosas que me vinieron bien después.
El caso es que una vez que más o menos dominé el tema aquel de poner la mosca donde quería para que fuese por donde creía que tenía que ir, descubrí completamente horrorizado que lo de intentar pescar un salmón me aburría hasta el infinito.
Y yo no soy de dar muchas vueltas cuando me aburro de algo. Lo olvido y a otra cosa.
Años después, cuando ya habían llegado las primeras líneas spey y scandi y todas esas movidas, volví a hacer un intento con equipo ya más moderno y me hice con una Echo de 12' para líneas 7/8 si no recuerdo mal, una cabeza de lanzado skagit, varios tramos de esos de T-14 y T-20, unos cuantos polytips y no sé cuantas mierdas más. Todavía tengo alguna cosa por casa. El caso es que el resultado fue el mismo: aburrimiento absoluto.
Así que a la segunda ya fue la definitiva y me olvidé por completo del salmón. O eso creía, porque ese mismo año pescando a ninfa en el Piloña tuve la desgracia de clavar un salmón. Y digo desgracia porque nunca me he puesto más de los nervios teniendo un pez clavado. Solo debieron ser unos treinta segundos antes de que reventase todo el bajo perdiendo el pez, pero fue más que de sobra.
Ese primer contacto inesperado me sirvió para darme cuenta de alguna cosa. La primera, que la caña habría aguantado sin problema. Era una T&T Horizon de 10' para línea 5, lo que había de aquella para pescar a ninfa, y ya digo que al menos con aquel pez, la caña habría podido. Lo que de ninguna manera habría aguantado eran el terminal ni el anzuelo.
A partir de ese momento, empecé a llevar siempre en la caja algunas ninfas montadas en anzuelos de salmón, alguna con patas de goma, otras con colores brillantes, algunas versionando moscas sencillas de salmón pero en patrón de ninfa y otras eran montajes imitando quisquillas, todas plomadas hasta el infinito y con anzuelos gordos como para pescar un atún de 50 kilos.
También empecé a llevar un par de bobinas de hilo con hilos gordos, del 0.28 o así. Y esto era un problema, porque el hilo que tenía puesto en el carrete para pescar al hilo era del 0.20 o quizás algo más, porque la bobina decía 0.18 pero ya sabemos cómo estaban calibrados de aquella la mayor parte de los hilos...
En fin, volviendo al tema. Empecé a ir al Cares y al Sella mucho más de lo que había ido nunca, porque para pescar un salmón a ninfa, o intentarlo, eran más adecuados que el Narcea, o eso pensaba yo.
Y casi podría decir que no me fue mal del todo, porque llegué a clavar pescando a ninfa con aquel equipo media docena de salmones, de los que conseguí sacar un total de: CERO.
Así que poco a poco lo fui dejando para ir asumiendo que yo no iba a pescar un salmón ni de coña. Hay cosas para las que uno sirve y otras para las que no, y esto hay que saber asumirlo rápido. Si no rápido, lo antes que sea posible.
De aquella, como ahora, practicaba por igual la pesca con mosca en agua dulce como el spinning en agua salada, y empezaba a hacer salidas con equipo de mosca también en agua salada. En las rocas no era nada fácil, pero en el pueblo en la ría, con una caña del 6 y moscas pequeñas, salían de vez en cuando unas cuantas lubinas pequeñas, allí robalizas, y también alguna trucha mariega, así que decidí que me iría a los serenos del Narcea un par de horas antes de lo habitual y así podría hacer alguna parada para tratar de dar con alguna pequeña lubina, aquí furagañes, aguas abajo de Pravia, en la zona intermareal del Nalón.
Y la cosa funcionaba. Alguna lubina iba saliendo, y también reos y truchas cogían de vez en cuando los streamers.
Con lo que no contaba era con que un día, con la caña del 6, en un pozo unos pocos cientos de metros más arriba de donde acaba la zona de influencia mareal, lo que iba a tomar el streamer fuese uno de esos salmones de verano, añales, de unos 3-4 kilos.
No sé si fue por lo inesperado, pero recuerdo que me puse igual de cardíaco que el día que había clavado el salmón a ninfa en el Piloña. Aquel primer salmón que me hizo pensar que a lo mejor un día sacaría uno, aunque ya hacía tiempo que me había dado por vencido.
Tengo que admitir que se alinearon todos los astros, porque durante los dos o tres primeros minutos lo hice todo mal. Sacó el pez toda la línea que quiso y a punto estuve varias veces de bloquear el carrete para que partiese la línea, hasta que poco a poco me fui tranquilizando y empecé a pensar con un poco de claridad.
Tenía una caña de línea 6, un modelo de agua salada muy potente, una Vision Venus de aquellas blancas con la empuñadura amorfa, que lanzaba una Teeny 300 sin problema, llevaba un anzuelo de agua salada, un Mustad 34007 que eran los que usaba de aquella, y un terminal del 0.30, que era lo que usaba para tentar a las lubinas en aquel tramo del rio. Y de Peñaullán hasta San Juan de la Arena no había ni grandes corrientes ni grandes obstáculos, así que una vez centrado pude pensar que con paciencia, tenía todas las de ganar.
Así que empezando a controlar un poco al pez, me fui saliendo hacia la orilla para tener el agua a la altura de las rodillas y poder pelear al pez con algo más de comodidad, y poco a poco empecé a ganarle metros.
No fue fácil, pero tampoco demasiado difícil, ya que más o menos a los diez o doce minutos de pelea el pez estaba completamente rendido y ya se trataba simplemente de remolcarlo aguas arriba y luego, eso sí, tener mucho cuidado en las últimas arrancadas que pudiese hacer cuando lo tuviese ya lo suficientemente cerca como para tratar de echarle mano.
Ni eso fue necesario.
Había bajado unos cien metros respecto a la posición en la que lo clavé, y tenía relativamente cerca una playada de piedras que fue a donde terminé por remolcarlo, para poder cogerlo, darle un beso enorme, sin lengua, desanzuelarlo y devolverlo al río en un palmo de agua y ver cómo salió disparado dejando una estela como la que tantas veces había visto en algún vídeo de los que pescaban reos en Río Grande o Río Menéndez.
Y esto es básicamente la pesca. Cuando has perdido toda esperanza, cuando piensas que ya nada se puede hacer, a veces te regala momentos con los que no contabas en modo alguno, y que pasan a convertirse en alguno de los momentos más especiales que te haya tocado vivir a la orilla de algún río.